Olimpiadas filosóficas

102 intelectuales como Mario Vargas Llosa, que definen así la propia utopía, debido a que esta busca alcanzar una solución última a todos los problemas humanos; para Vargas Llosa la solución consiste en tratar de subsanar los problemas a medida que van surgiendo, que es el procedimiento que consigue hacer más humanas a las so- ciedades. Algo un tanto irónico, si vemos como muchas de esas sociedades humanas dejan morir a millones de personas mientras generan desperdicios alimentarios de cerca de 1300 millones de toneladas. La postura de Vargas Llosa no es novedosa, pues antes que él tenemos la ingeniería social fragmentada de Karl Popper, filósofo profundamente defensor de la razón humana, que veía la utopía como carente de toda racionalidad. Además, Popper pensaba que la unión de la utopía con los su- puestos revolucionarios derivaba en violencia. Así como no considero falacia lo ex- puesto antes porVargas Llosa, esto último sí lo calificaría así, ya que existen muchos ejemplos de utopías y revoluciones, ideales o no, que no recurren a la violencia; uno muy evidente tuvo lugar en la India con Ghandi. Lo que ocurre es que ambos inte- lectuales parecen cometer el error de generalizar el concepto de utopía a partir de casos aislados, caen en un proceso de inducción. Asimismo, algo muy común en nuestro mundo actual es la idea de que las utopías ya no son necesarias, de que el mundo en el que vivimos ya es ese ideal; así, se habla del «fin de la utopía». No obstante, esto no es más que un producto del interés ideológico de las clases altas en hacernos creer que esta sociedad neoliberal es la mejor posible y que tratar de lograr el cambio es innecesario. Pretenden que aceptemos la imposibi- lidad de la utopía en nuestro topos concreto, pero, en realidad, es un contrafáctico, ya que, en teoría, sí es posible la utopía. En 1967, Herbert Marcuse realizó un discurso ante los estudiantes de la Universidad Li- bre de Berlín en el que proclamaba el fin de las utopías, ya que, para él, esto era posible cuando se alcanzaba el nivel natural e intelectual óptimo para lograr sociedades en las que sus individuos fuesen libres e iguales, algo que consideraba posible en el mundo intensamente mecanizado de su época. Marcuse tenía razón en algo, pues en ese mo- mento sí tuvo lugar el fin de la utopía social-industrialista, pero también surgen nuevas utopías como respuestas de los seres humanos ante su nueva realidad. Comenzamos y continuamos viviendo en una democracia que es el reflejo de la caverna platónica, llena de manipulación, apariencia y engaño. Nuestro mundo es gobernado por un sis- tema democrático elitista que no es más que un trasunto del sistema capitalista, que promueve el consumismo destructivo. Estamos sumidos en un hiperindividualismo que impide la solidaridad y la cohesión social. Se destruye lo que significa ser humano: la compasión que sentimos los unos por los otros, el interés del ser humano por otros se- res humanos. Solo tenemos que adoptar una actitud crítica y mirar a nuestro alrededor para ver el control que tiene el mito más peligroso de todos los creados por la huma- nidad, el capital. Las multinacionales dominan el mundo desde que, el siglo pasado, se dieron cuenta de la importancia de controlar al individuo y comenzaron el negocio más rentable de todos: la filantropía corporativa. En su libro Espectros del capitalismo , Arundhati Roy denuncia cómo muchas multinacionales compran acciones de aquello que todos considerábamos como la máxima expresión de la justicia y la búsqueda de igualdad, las ONG. Estas organizaciones, lejos de luchar contra el capital, parece que se alían con él. Es evidente que no cometeremos el error de generalizar, como hicieron Popper oVargas Llosa, pero es importante ver que el simple hecho de que existan al- gunas ONG que engañen y busquen beneficio es ya objeto de preocupación. El efecto del «goteo hacia abajo» se reafirma en su categoría de mito, pero el «borbotón hacia arriba» está creando su propia destrucción. La información, el conocimiento, es el po-

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