Olimpiadas filosóficas

104 No obstante, la utopía no debe limitarse al mero vuelo de la imaginación. El utopista no puede olvidarse del mundo, ya que forzosamente tiene que partir de él. De lo contrario se corre el riesgo de que el mundo imaginado se imponga sobre la realidad, anulándola. El sueño de la libertad (o del bien) debe traducirse en una búsqueda activa de esta en el mundo real, y para esto es necesario ser conscientes del mundo en que vivimos, de los recursos de los que disponemos y de los medios necesarios para alcanzar el mundo soñado. Decía Franz Kafka que la desgracia de Don Quijote no era su locura, sino Sancho Pan- za. El personaje de Don Quijote puede servir como ejemplo del utopista que, cegado por su fantasía, no es consciente de lo que pasa alrededor. ¿Se puede hablar de liber- tad cuando se vive encadenado a un ideal? Sin embargo, el principal problema que po- demos reprochar a las utopías no es solo su carácter quimérico, alejado de la realidad. Veremos lo que pasa con las revoluciones. Lewis Mumford, sociólogo que trató el tema de la utopía, distingue entre utopías de es- cape y de reconstrucción . Las primeras son aquellas que se limitan a la fantasía y que no abandonan el mundo mental, y, por tanto, no se traducen en cambios en la sociedad. Las segundas, por otro lado, buscan trasladar la realidad hacia el ideal a través del cambio, y la forma más radical de cambio es la revolución. La revolución se traduce como un cambio en la estructura política, social, económica o científica de un país, pero esta transformación nunca es accidental. HannahArendt, en su ensayo Sobre la revolución , afirma que una revolución nace del deseo de libertad. Albert Camus, por otra parte, define el sentimiento de rebeldía como «aquello que es superior al individuo, común a todos, y que debe ser defendido». Ahora bien, el riesgo que corren las revoluciones es que ese sentimiento inicial (que podemos relacionar con el pensamiento utópico) termine evaporándose. Nos podemos servir del ejemplo de la Revolución rusa, que en un principio apoyó a los artistas de vanguardia, ya que ambos, vanguardistas y revolucionarios, buscaban una re- novación. No obstante, Stalin acabaría imponiendo el realismo socialista como una única línea artística en los años treinta del siglo pasado. Esta represión ejercida por el partido no se limitó al arte, sino que alcanzó a toda la sociedad. ¿Cómo es posible que, naciendo de un sentimiento de anhelo de la libertad, la revolu- ción se traduzca en el control máximo, absoluto? Las revoluciones no nacen simple- mente de un sentimiento, sino que deben tener un factor racional. Un agente que les dé forma. Se debe tener una imagen clara de aquello que se busca conseguir, de cómo volver a montarlo todo después de haberlo derrumbado. Este componente racional de las revoluciones no es otra cosa que una especie de utopía y la pregunta, entonces, es si el fin puede justificar los medios. Walter Benjamin, a propósito de un cuadro de Paul Klee, realiza una reflexión sobre la historia. En el cuadro − Angelus novus − se muestra a un ángel que mira de frente, espantado. Benjamin imagina que el ángel está siendo empujado por un huracán hacia el futuro, obligado a observar cómo se desarrolla la historia, y lo que mira con espanto es que aparece una barbarie tras otra. Este huracán, afirma Benjamin, es el progreso. La mirada hacia el futuro, la búsqueda activa de un ideal, puede provocar que nos tro- pecemos en el presente. Karl Popper, que criticó abiertamente las utopías, acusaba a estas de proponer sociedades cerradas, estáticas. Un ejemplo de esto es la sociedad imaginada por Platón en su República , que se fundamentaba en una división estamen- tal definida al máximo. La historia, no obstante, es algo dinámico y, si perseguimos la

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