Olimpiadas filosóficas

106 Frente al sentido común, frente a la falta de ambición en el mundo contemporáneo, frente a la necesidad de creer que no existe algo mejor, frente a la imposición de quién debes ser y frente a la realidad dictatorial en la que nos vemos sumergidos, encontra- mos, en un rincón de nuestra propia naturaleza humana, eso que anteriormente hemos llamado utopía . Esta nos muestra un horizonte futuro desde el que juzgar nuestro pre- sente, que nos libera de la cotidianidad y de «lo que tiene que ser», que nos permite to- mar conciencia para alzar la voz y revelarnos contra las injusticias y las desigualdades, y que es la gasolina de los grandes cambios sociales habidos y por haber. Por ello, la actual falta de convicción respecto a las utopías ha desembocado en que vivamos en una sociedad conformista, basada en el pensamiento único, en la falsa libertad, una sociedad caracterizada por el eterno presente, en la que se habla de un futuro que no es más que la repetición monótona de lo ya conocido, como, por ejemplo, el neolibera- lismo, que no es nuevo ni liberal y al fin y al cabo no es más que el proyecto económico- político del capitalismo. Si echamos un vistazo atrás, vemos que la historia de la humanidad ha estado marcada por revoluciones y utopías, incluso antes de que el propio término existiera a partir de la obra Utopía deTomás Moro. Desde la utopía platónica y los ideales de la democra- cia ateniense, pasando por el Siglo de las Luces, hasta las protestas proletarias de la primera Revolución industrial, el Mayo del 68 y el movimiento hippie de las comunas y, posteriormente, las revoluciones democráticas del 89 y la caída del muro de Ber- lín, hasta la actualidad, con movimientos como el feminismo, vemos ideas asombro- sas para crear una sociedad más justa, donde la legalidad y la legitimidad vayan de la mano y que, a su vez, han servido para la evolución de la misma.Ya de por sí la historia nos muestra la importancia que tienen las utopías, pues si algo tienen en común todos estos movimientos es que han sido producto de ideas utópicas que, por medio de una revolución, hicieron que los oprimidos tomaran conciencia, expresaran su insatisfac- ción con la realidad y protestaran y se movilizaran luchando por sus derechos y su libertad. ¿Acaso tendríamos hoy en día las mujeres derecho a voto sin la lucha de las sufragistas? Creo que es evidente que la respuesta es no; sin protesta, sin lucha y sin revolución no hay cambio, no hay libertad, pero sin un ideal previo, al que denomina- mos utopía, no existe nada de lo anterior. Bien es cierto que, por su parte, la utopía posee cierto cariz de irrealizable. Actual- mente existen muchas utopías, como el ecologismo o el feminismo, que, seguramente, ninguno de los que estamos aquí veremos hechas realidad. Es más, ¿alguno de us- tedes considera realmente, por ejemplo, la posibilidad de conseguir un mundo total- mente libre de la desigualdad de género?Tristemente más de uno pensará que no. En- tonces, basándonos en el pensamiento de Karl Popper, ¿por qué no abandonamos las utopías y las sustituimos por la solución de problemas concretos que sean realmente abordables? ¿No sería mejor quedarse traquilo en casa y no irse por el mundo a buscar lo imposible? Pues bien, aquí precisamente reside uno de los mayores valores de la utopía, y no he encontrado mejor forma de expresarlo que a través de las palabras de FernandoAguirre: «La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar». Es normal que, tras fracasadas experiencias sociales, como el 15-M, pensemos que ya no es posible plantear alternativas al sistema social, político y económico imperante y que, tal vez, existe la posibilidad de que no las haya, pero si renunciamos a buscar- las, nos condenamos a no encontrarlas.Todos estamos de acuerdo en que hay proble- mas en el mundo que, por mucho que intentemos cambiarlos, resultan casi inaborda-

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