Olimpiadas filosóficas

107 bles, como, retomando el ejemplo anterior, conseguir la total igualdad de género. Sin embargo, la única lucha que se pierde es la que se abandona y por desgracia, en ese aspecto, es cierto que seguimos viviendo en una sociedad patriarcal y machista, pero, gracias a la lucha de mujeres a lo largo de la historia, ha habido cambios que han contribuido a la igualdad y a su liberación. Por ejemplo, la lucha de la feminista María Eva Duarte de Perón consiguió la patria potestad compartida con el artículo 39 de la Constitución argentina de 1949. Por ende, aunque siga habiendo miles de injusticias en el mundo, debemos seguir dando pequeños pasos, porque la chispa prende la lla- ma, y créanme que, al final, lo más importante es haber contribuido a prender la llama, a avivar el fuego, a ser la leña de la hoguera que aquellos con miedo a un incendio llamado revolución pretenderán apagar, temiendo el empoderamiento y la libertad de los que siempre han estado oprimidos. Por otra parte, una de las mayores críticas que se hace a las utopías es su degenera- ción en distopías, −tal y como muestra, entre otros, el escritor George Orwell en su obra 1984 −, en las que se acaba en el extremo opuesto de lo que inicialmente se per- seguía: inesperadas consecuencias, una perfección idealizada, un deseo tan fuerte, pero tan costoso, que termina estrangulando al propio sujeto del deseo y convirtiendo a la sociedad en un escenario de pesadilla. Estas críticas se deben, principalmente, al carácter revolucionario que viene implícito en la palabra utopía, pues, como dijo Ro- bespierre, «el que pide con timidez se expone a que le nieguen lo que pide sin convic- ción».Y el más claro ejemplo es la Revolución francesa, que ha sido uno de los hechos históricos más terroríficos, pues, aunque paradójicamente se basaba en principios ra- cionales, puso de manifiesto el delirio de la racionalidad humana. Sin embargo, a su vez sentó las bases de la democracia moderna y abrió nuevos horizontes políticos ba- sados en el principio de la soberanía popular. Entonces, tal y como plantea el filósofo Isaiah Berlín, la creencia en una solución ideal, como muestra la experiencia histórica, es una ilusión peligrosa; por lo tanto, si son las utopías peligrosas, ¿qué precio sería demasiado alto para alcanzar una sociedad justa y feliz? Bien es cierto que la violencia no es justificable en ningún caso, sin embargo, para mí no existe precio más alto en este mundo que el que hemos de pagar por renun- ciar a nuestros sueños y derechos: ser esclavos y sumisos de una sociedad dictatorial que nos obliga a conformarnos con lo que ella misma nos impone, porque los sueños despiertos son los más incontrolables, peligrosos y el mayor ejemplo de lucha, pues imaginan las cosas de otra manera y no como son, y eso desestabiliza los cimientos del sistema. Como dijo Ernst Bloch: «la esperanza hace libre al ser humano», y, por ello, controlar los sueños y frustrar las esperanzas son los principales instrumentos de opresión actuales. ¿Cuántas veces le habéis contado a alguien un sueño o una meta y la primera frase que sale de su boca es: «deja de soñar y pon los pies en el suelo» o «los sueños no te van a dar de comer»? Muchas, seguramente. ¿Y sabéis cuáles son las bases de estos pensamientos? La educación bajo un sistema, tanto social como políti- co y económico, que no es más que una dictadura, la dictadura del dinero, del tener, de la insaciabilidad, que en muchos casos se camufla tras la palabra democracia; una mo- neda asesina con dos caras opuestas, que nos ha convertido en máquinas para llegar a un único fin: el dinero, y nos hace creer que esa debe ser nuestra máxima, mientras así llenamos el bolsillo del capitalismo. Como dijo Marcuse: «las necesidades mismas que el hombre inmerso en esta sociedad reconoce son necesidades ficticias, producidas por la sociedad industrial moderna, y orientadas a los fines del modelo». Pese a que, en los términos de El Príncipe de Maquiavelo, la buena política consistiría en todo aquello que permite fortalecer el poder y la riqueza del gobernante, aun sacrifi-

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