Olimpiadas filosóficas

108 cando el bienestar de su pueblo y cualquier escrúpulo moral, recordemos el imperativo categórico kantiano que defiende: «obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio». Por lo tanto, dejemos de ser el medio para llegar al dinero y seamos en el mundo la utopía encaminada a construir en la historia una huma- nidad perfecta. Seamos nuestro propio medio y nuestro propio fin. En conclusión, resulta paradójico que en el siglo xxi vivamos con indiferencia hacia las utopías e, incluso, con miedo a las revoluciones, a pesar de que, como ya hemos visto, son el motor histórico.Y, sin embargo, no tenemos miedo a vivir en este mundo, que no dudo en catalogar como la verdadera distopía, en la que los dioses del capitalismo y el consumo han tomado el control y fomentan más la guerra que la cultura y la inteli- gencia, pues los negocios capitalistas solo pueden llevarse a cabo si la conciencia de sus víctimas es adormecida; un mundo en el que se deja en libertad la corrupción y se encarcela el arte, en el que se impide o invisibiliza todo movimiento revolucionario que luche por la justicia, la libertad y el cambio, en el que se mutila el pensamiento libre, crítico y utópico a través de ese soma que describe Huxley en su obra y que hoy en día se materializa bajo el concepto industria cultural . Porque, claro, eso de convertir la pi- rámide social en un único escalón no beneficia a los que se encuentran en la cúspide. ¿Y de verdad seguimos temiendo la revolución en nombre de nuestra libertad? Pues déjenme decirles que yo utilizaré mi voz con inteligencia y demostraré que el sinónimo de utopía no es lo irrealizable, sino la esperanza, que el de revolución no es violencia, sino voz y evolución, y que ambos forman el combo perfecto para liberar al ser huma- no del sistema opresor disfrazado de libertad y democracia en el que vivimos, pues no hay peor tiranía que la que se hace a favor de sus víctimas. Como ya he dicho, la utopía y la revolución son el antídoto ideal para lograr la libertad, y ya que aquellas se encuentran dentro de nosotras y nosotros, está en nuestras manos cambiar el mundo. Así que salgamos a la calle y protestemos, luchemos por una auténtica democracia, por la abolición del patriarcado, por un mundo sostenible, simplemente por un mundo mejor y libre, porque lo que sí tengo claro es que una sociedad callada es sinónimo de cárcel y, como demostramos el pasado ocho de marzo, nos hemos dado cuenta, hemos roto los barrotes de la celda y las revoluciones solo acaban de empezar. Está claro que, cuando intentemos pintar las paredes con el color de la libertad, las intentarán revestir con el de la opresión, pero nunca habrá color suficientemente fuerte que pueda tapar la libertad de nuestra mente, la capacidad de soñar, de imaginar, de creer que nuestra utopía algún día se convertirá en una realidad. Así que no renuncies, porque no hay nada más peligroso y revolucionario para este sistema que una mente libre y soñadora, y solo con eso tenemos la mitad del camino hecho. Alicia Agudo Sáez IESAldebarán, Fuensalida, Castilla-La Mancha La revolución y la utopía son dos términos cuyos significados han ido variando y modi- ficándose a lo largo de la historia, mas su diversidad de significados, la amplia gama de situaciones que pueden abarcar, no es similar ni equiparable a aquellas líneas di- vergentes que conforman la libertad. Por lo tanto, es necesario comenzar concretando

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