Olimpiadas filosóficas

115 subvertir el orden establecido, llegará un momento en el que el proceso revoluciona- rio precise del ejercicio de la violencia. No obstante, no nos referimos con esto a la concepción general de la violencia (de nuevo, la imagen de las avenidas en llamas), o al menos no exclusivamente. Si el sistema es violento desde la raíz, la revolución se verá obligada a serlo también. Al fin y al cabo, la retirada de privilegios a las clases opresoras, empezando por terminar con la apropiación indebida de la riqueza de los oprimidos, será necesariamente violenta, pues nadie querría ceder sus ventajas de manera voluntaria. Aun así, es posible que el empleo de la violencia en el proceso revolucionario sea míni- mo. Desde Gramsci se plantea el concepto de crisis orgánica , es decir, «una situación en la que las contradicciones internas en el seno del sistema se agudizan tanto que terminan por hacerlo colapsar necesariamente». Con estas condiciones materiales es con las únicas que podría llevarse a cabo una revolución, pues es un proceso que re- quiere de una organización compleja y de que se den las circunstancias necesarias para propiciar su éxito. Debe aclararse que con revolución nunca nos referimos a un estallido aislado de insurrección, sino a un proceso largo y complejo que requerirá trabajo de concienciación masiva para su éxito. Pese a todas las dificultades, es la única vía posible. La revolución es la única manera de acercar la utopía, pues es la única manera de provocar que los cimientos del siste- ma que nos aleja de esta se tambaleen hasta derrumbarse. La utopía es la brújula del progreso y establece el camino a seguir hacia la ansiada libertad del ser humano, pero ese camino estará necesariamente repleto de obstáculos en forma de sistemas de or- ganización de la comunidad violentos per se que solo podrán ser superados gracias a procesos revolucionarios. Por consiguiente, podemos concluir que la utopía como fin y la revolución como medio son dos elementos clave en la liberación del ser humano. Como dijo Galeano, la utopía sirve para caminar. Sin embargo, no solo tenemos la obligación de caminar hacia ella; regresando a Kant, también tenemos el derecho a soñarla, a tener esperanza en que algún día todos los seres humanos seremos libres e iguales. No será una progresión sencilla, pero no podemos evitarla, pues en definitiva la utopía de la libertad perfecta es el fin último de la humanidad y esta está destinada a alcanzarlo en algún momento de la historia. Hasta entonces, por mucho que se aleje el horizonte, seguiremos caminando. Alejandra Conde Grijota IES García Bernalt, Salamanca, Castilla y León A lo largo de la historia hemos vivido atados a una de las mayores incógnitas del ser humano y su sociabilidad. ¿Es el hombre realmente un lobo para el propio hombre? ¿Acaso es el ser humano bueno o malo por naturaleza? Ante este enorme interrogante me gustaría responder: sí, el ser humano es bueno, pero, basándonos en la realidad actual, me temo que estamos aún lejos de poder hacer tal afirmación. La bondad y la maldad, aspectos tan subjetivos como la moral o la liber- tad, son para mí la base de toda corriente revolucionaria, la que a su vez es movida por una fuerte necesidad: la necesidad de cambiar el mundo que nos rodea. Ahora, pues, me atreveré a hacer una afirmación rotunda: sí, la revolución libera al ser humano.

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