Olimpiadas filosóficas

116 Toda revolución se encuentra estrechamente ligada a los valores humanos de cada individuo; por un momento dejemos a un lado si estos son o no positivos, centrémonos en lo que lleva a las personas a convertirse en sujeto de una revolución: una vez más, la necesidad de modificar aquello que no creen correcto. Para querer cambiar algo, antes has tenido que conocerlo, ser consciente, pero, ante todo, cuestionarlo, alimentando así el pensamiento crítico y el uso de tu propia libertad como medio para conseguir un fin. Si algo puedo asegurar es que este conocimiento del mundo hace libres a las perso- nas, libres para cuestionar, para decidir aquello que quieren acatar y aquello que de- sean derribar, libres para cambiar el mundo y decidir sobre él y sobre sus propias vidas. Ahora bien, ¿Es entonces esta actitud la que nos lleva a ser en diversas ocasiones partidarios de la utopía? Imaginemos no solo cuestionar aquello que conocemos, sino actuar siempre en con- secuencia respecto a ello. Pensar de forma crítica nos hace libres, pero solo llevan- do estas ideas a la práctica seremos capaces de expandir el pensamiento a nuevas personas. Como un dominó, cuando alguien es conocedor de aquello que considera incorrecto, tirará la primera ficha que impulsará la siguiente y esta, a su vez, la siguien- te, creando una reacción en cadena. Veamos pues dónde creo que está el peligro aquí. Cuando el ser humano es libre tiende a perder los límites de la moral, arrasando e imponiendo su idea de lo que es bueno y correcto. Esto nos lleva a pensar que la libertad de una persona conlleva entonces el sacrificio de otra. Los seres humanos, por desgracia, no tienen una idea utópica y revolucionaria de carácter universal, y solo podrían lograr sus intereses silenciando­ y censurando a quien no piense igual, por lo que, visto así, toda revolución tendría una parte terriblemente cruel. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a llegar para conseguir la libertad? Una vez más, otro gran dilema humano: ¿el fin justifica los medios? Podríamos pensar que en un mundo en el que solo existiese lo estrictamente bueno o lo estrictamente malo todo sería más sencillo, simplemente se debería erradicar lo negativo. Es así como muchas revoluciones han terminado de forma violenta, por aferrarse a esta teoría demasiado simple como para poder aplicarla al pensamiento humano. Pongámonos en el caso de una revolución sin violencia, ya que la violencia no trae nada positivo, puesto que, al ejercerla, estás atentando contra otro ser humano; en este caso, podríamos pensar que, al no haber daño físico, no habría nada incorrec- to, pero esta idea se encuentra muy lejos de la realidad. Al igual que vemos hoy en día, en esta guerra sin armas por la libertad los fusiles están disfrazados de censura, de rechazo a quienes discrepan, de recortes en el pensamiento crítico de las nuevas generaciones, creando así una situación general de conformismo, la cual nos impide avanzar, porque, si no ponemos en duda nuestro alrededor −las leyes, todo aquello que nos dicen que es blanco o negro−, si no nos preguntamos ni por un solo segundo si el mundo está bien así, entonces no somos libres. Hay quien piensa que el mundo es una jaula, y que nunca podremos ser completamente libres hasta convertirnos en seres basados en el respeto y la tolerancia, que a su vez también tiene límites: concretamente, aquello que consideramos nocivo para el resto. Frente a esta jaula podemos observar varias actitudes: primero está la persona que, mirando fijamente a los barrotes, los tapa con un precioso cuadro de vivos colores e ignora lo que hay detrás; en segundo lugar, quien critica la actitud del primero, pero cree arriesgado salir de la jaula; y, en tercer lugar, la persona que busca la puerta para

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