Olimpiadas filosóficas
126 marxista de las cosas, ni en el desenlace de la dialéctica hegeliana. Es precisamente nuestra imaginación, a la que jamás un totalitarismo podrá poner cadenas, la que nos hace libres.Y esta es indivisible en relación con la proyección de mundos posibles. No podemos aceptar las palabras de quienes dicen que la historia ha terminado, de quie- nes nos engatusan con la utopía fácil y de autoayuda en detrimento de la acción colec- tiva. Numerosas voces hay contra las utopías pasadas: suficientes son ya. El pasado no escribe el futuro: lo escribimos nosotros, y todo está todavía por hacer. Seamos realistas y exijamos lo imposible, porque solo la capacidad de dibujar no lu- gares nos hará libres.Y solo si luchamos por materializarlos podremos decir que vivi- mos aspirando de lo oscuro hacia lo claro, de las cadenas a las alas. No habrá nunca revolución más bella que la nuestra, la de millones de pájaros logrando escapar de sus jaulas. Carles Martínez Fuentes IES Josep María Llompart, Palma de Mallorca, Islas Baleares El ser humano es, posiblemente, uno de los elementos más complejos dentro de la gran ecuación del cosmos. Somos animales; «animales políticos», afirmaba Aristó- teles, allá en la Antigua Grecia. Basamos nuestra vida en decisiones y desarrollamos nuestras elecciones a base de contrastes. Con todo, sin embargo, el progreso históri- co de nuestra bella y compleja especie nos ha suscitado grandes enigmas, y ha atesti- guado, asimismo, los grandes problemas que surgen en el ámbito político de la misma. Revolución y utopía , grandes conceptos, sin duda. Desde las postulaciones de La Re- pública de Platón se ha hablado y debatido sobre ellos. Y, seguramente, pasando por Tomás Moro, Maquiavelo y muchos otros, hasta llegar a la gran Revolución francesa, se ha ido avivando la hoguera de sus trasfondos de una manera muy distinta a como resulta ser hoy día. Creo, sobre todo, que, a lo largo de la historia, la puesta en escena, tanto de la utopía como de la revolución, difiere ligeramente de como ha terminado siendo en la posmodernidad líquida del siglo xxi . De hecho, me atrevería a comentar que, incluso, sus metas y planteamientos. No obstante, ya sea en la Francia del siglo xviii o en un ámbito más moderno, siempre hay presente el mismo interrogante: ¿la revolución y la utopía liberan realmente al ser humano? Visto así parece un asunto ambiguo. Somos libres de elegir y de definirnos, pero en un paradigma político (ergo de intereses), ¿somos realmente libres? A día de hoy, los espectros políticos e ideológicos sufren de una tensión demoniza- dora: cualquiera que se atreva a cuestionar las decisiones y pensamientos de alguien contrario es tachado y categorizado de la manera más radical posible. Además, tanto la izquierda como la derecha políticas, actualmente, al no tener supuestos referentes, son banalizados e incluso trivializados ideológicamente. Los moralistas denominados Social JusticeWarriors (en el bando izquierdista) o los populares Alt-rights (en el ban- do derechista) mancillan las bases de esos mismos bandos al que, teóricamente, ha- cen justicia . ¿Cómo? Precisamente, con sus métodos. En la posmodernidad, las metanarrativas de progreso han perdido sentido por comple- to. Los individuos posmodernos (yo y todos aquellos que me rodean) nos hemos visto polifacetizados. De igual manera dudamos de Dios, de los discursos supuestamente
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