Olimpiadas filosóficas

136 ambos poseen y han poseído a lo largo de la historia un poder liberador y emancipador para el ser humano. Por un lado, se presenta el ideal utópico como un sistema o plano de gobierno ideal en el cual se concibe una sociedad perfecta, que convive en armonía y en la que se carece de conflictos. Sienta sus bases en el mundo presente y se proyecta hacia el futuro, es- perando alcanzar, a partir de la corrección de los defectos del actual, un mundo perfec- to. Por otro, la revolución, entendida como motor de cambio; un motor de cambio cuya ideología está sustentada en la pirámide social y se dirige a la estructura política, con el objetivo de promover, pacífica o violentamente, la evolución de la misma. Considero al ser humano un ser distinguido frente al resto de los seres vivos por su capacidad de sobreponerse a los instintos que rigen la vida de los otros animales. A diferencia de ellos, el ser humano no tiene un fin específico para el cual ha sido crea- do. Es, en cierto modo, un puro producto evolutivo; descansa en esto, precisamente, su libertad. Libertad para valorar las distintas posibilidades que se plantean ante él y elegir racionalmente. Libertad para concebir otras que aún no se enmarcan dentro de lo posible, que, sencillamente, no se contemplan en el orden histórico-social presente, como es el ideal utópico. Libertad para tomar ese ideal y luchar por alcanzarlo buscan- do un progreso en un ámbito determinado, como hace la revolución. Para responder a la pregunta propuesta, se debe indagar respectivamente en las apli- caciones de la utopía y la utilidad de la revolución. La utopía es, como ya se ha enunciado previamente, la idealización del mundo coetá- neo. Enraizada a él, puesto que sus características dependen del orden existente, cre- ce ligada a un marco político, histórico y social determinado, y evoluciona conforme lo hace él. De acuerdo con esto, se plantean dos funciones principales del ideal utópico: la esperanzadora (pues describe un mundo mejor en el que la penuria humana se vería erradicada) y la orientativa. Respecto a esta última, la utopía ejerce en sí misma un poder transformador, puesto que sienta las bases de un orden irreducible al existente. Al plantear un modo de gobierno y organización que beneficia a un alto porcentaje del colectivo de seres humanos en cuanto a capacidad de alcanzar la felicidad y autorrea- lizarse, puede ser considerada un elemento de emancipación. La revolución permite llevar la utopía a la práctica. Detrás de cada movimiento revolu- cionario, del tipo que sea, hay una ideología que lo fundamenta y le dota de una razón de ser. Pregunto aquí: ¿qué hubiera sido de la Revolución francesa sin pensadores comoVoltaire o Rousseau?Ya hablaba Marx en el siglo xix de la necesidad de perse- guir la revolución con el fin de desarrollar una conciencia colectiva que nos permitiera vivir en libertad e igualdad. Subyacentes a los beneficios de ambos elementos están sus inconvenientes. No es oro todo lo que reluce. Si bien el ideal utópico propone cambiar la sociedad, ya sea mediante la revolución o de cualquier otra manera, es importante tener en cuenta que la utopía linda con el totalitarismo. Me explico: de acuerdo con lo ya expuesto, la utopía debe ser, para considerarse como tal, una máxima aceptada por todos. Apoyándome aquí en la ética discursiva de Habermas, me pregunto: ¿es esto realizable? La unani- midad se rompe cuando entendemos que la multiplicidad de concepciones de la rea- lidad existentes condiciona el pensamiento humano, y lo hace único y particular del individuo. Por otro lado, ¿hasta qué punto resulta un elemento liberador? Uno de los principales reparos que le encuentro al ideal utópico es su carácter fantasioso y no fundamentado, visible con especial fuerza en las utopías renacentistas y humanistas. El ser humano, que es un ser racional, pierde su esencia cuando se debilita su concien-

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