Olimpiadas filosóficas

137 cia del mundo y su valoración objetiva del mismo se ve anulada. Su función liberadora, la que se trata de probar, quedaría por esto mismo refutada. Tanto la utopía como la revolución conllevan, casi intrínsecamente, el riesgo de de- generar en un orden social y político más represivo que del que en un inicio se parte. Autoras como Carmen Iglesias hablan de cómo la ciudad ideal , refiriéndose específi- camente a casos como las dictaduras comunistas de China y la URSS del siglo xx o las comunas americanas del xix , se convierte en gulags y comunidades dictatoriales que llegan a anular por completo la libertad del individuo. Con esto en mente, y ya para concluir mi disertación, reafirmo mi tesis inicial y les concedo a la revolución y la uto- pía un carácter liberador para el ser humano, no exento, eso sí, del peligro de acabar con aquella libertad que ambos elementos luchan por conseguir. Dinora Puigbó Bordea Col·legi Jesuïtes de Casp, Barcelona, Cataluña Desde que el ser humano se ha empezado a preguntar acerca de la naturaleza y el alcance de su libertad, han surgido numerosas tentativas para dar respuesta a tan intrincada y elemental cuestión: ¿el hombre es absolutamente libre? Es libre, pero su situación de facto lo limita; sus acciones y pensamientos están completamente deter- minados por su cariz social, cultural, personal, etc. De todos modos, teniendo en cuen- ta ambas alternativas, ¿en qué sentido podemos afirmar que es libre? ¿Quizá, a pesar de todas sus trabas externas, el individuo puede encontrar un resorte, un simulacro de libertad en la proyección de sus anhelos y el movimiento radical –según ambas acep- ciones– de sus potencialidades ontológicas y antropológicas? En definitiva, ¿puede, a través de la utopía y la revolución en todos los ámbitos humanos, hacerse libre y sujeto de su propia libertad? He aquí el quid de la cuestión, que intentaré esclarecer con el fin de establecer la dimensión real y posbiológica de la libertad humana. En primer lugar, el ser humano, por sí mismo y en sí mismo, es una utopía del ser hu- mano, es decir: dialéctica y ontológicamente, el individuo humano desea superar su condición situacional y biológica en todas las esferas que lo atañen, siendo siempre diferente de su existencia a la vez que simultáneo a ella. En realidad, aunque pueda sonar paradójico, este afán visceral y regenerativo responde a la necesidad esencial de hallar una delimitación del mundo, una panacea de la violencia epistemológica que este supone para el hombre, abstrayendo lo específico y lo genérico con tal de alcanzar el horizonte de lo universal e ideal. Ahora bien, ¿cómo se consigue tamaña empresa? Principalmente, mediante el lenguaje, ya que este sitúa al hombre al lado de sí mismo, suprimiendo o contrayendo realidades; por lo tanto, si tenemos en cuenta que cual- quier utopía está constituida desde y por el lenguaje, entenderemos cómo, a partir de este, el hombre y la comunidad humana erigen gramáticas comunes que los propul- san más allá de lo vivible y lo estructural, tanto a nivel personal (identitario) como social, político, filosófico, etc. Solo así se pueden comprender las utopías que pueblan nuestros campos metafísicos y psicológicos: como la continua (re)definición o, me- jor dicho, reacción de los pueblos e individuos frente al mundo inescrutable y opresor que los circunscribe, siendo esta siempre una respuesta contradictoria (en el sentido dialéctico), logocéntrica y hasta metalingüística, porque todo lenguaje se encuentra

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