Olimpiadas filosóficas

138 un poco fuera de sí mismo, siendo a su vez concéntrico y excéntrico. Sin embargo, y retomando esta última noción, podríamos llegar a la conclusión de que este sistema lingüístico o semiológico que sustenta toda utopía no puede hacernos libres, puesto que, como antes mencionaba, el lenguaje restringe y sustituye realidades, replegán- dolas y reduciéndose a meras antífrasis y paráfrasis, ya que no puede actuar por sí mismo. Así, desde este punto de vista, la utopía se convierte en mera retórica, en una ficción articulada que limita el pensamiento y el espíritu humano. No obstante, el error aquí consiste en considerar que la tarea de este lenguaje utópico es ser causa o finali- dad de algo más excelso, más inmediato y pragmático, en lugar de entender su función como instrumento y sentido de la utopía hacia la revolución total; por consiguiente, no debe ser una fórmula de la realidad, idéntica a ella, sino un mapa y un método, parcial y proporcional a su referente real. Una utopía no es, pues, un mito vano y alienado, sino una respuesta necesaria y constitutiva del movimiento del sujeto pensante en su situación y en su espacio orgánico e identitario. ¿Y dónde caben las revoluciones en esta circunstancia? Precisamente en la idea nuclear del movimiento. El ser humano es libre cuando puede moverse, no solo físicamente, sino también, y sobre todo, anímica y socialmente. Asi- mismo, como dijo Aristóteles, el hombre es un animal político por naturaleza, ya que establece un vínculo de poder con todo lo que lo envuelve, incluso consigo mismo. De este modo, aunando ambas aserciones, no solo nos damos cuenta de que el individuo necesita moverse en el ámbito político para sentirse libre, sino que también caemos en la cuenta de que esta dinámica del sujeto ha de producir, sin lugar a duda, una ruptura en el statu quo , en la retórica y en el discurso imperantes, superando los mismos para- digmas que previamente había integrado. Evidentemente, cualquier estado o circuns- tancia debe ser ratificado antes de ser negado, ergo se requiere el lenguaje utópico al que anteriormente aludía para concretar el espacio de la experiencia y la vivencia con la intención de (re)construir un nuevo modelo antropológico, político-social, económi- co, etc; utópico, sí, pero no irreal, ya que la utopía también es un sentido filológico e ideológico hacia algo más radical: una revolución, un movimiento subversivo y reflexi- vo (física y cognoscitivamente) que crea nuevas cosmovisiones y existencias, volvien- do al ser humano más libre y más humano. En conclusión, retomando lo que he comentado más arriba en la introducción, hay mu- cha controversia en torno a la libertad humana y sus implicaciones; sin embargo, es in- dudable el hecho de que el ser humano anhela inercialmente ser libre, ser diferente a sí mismo y a su carácter biológico y animal en cada momento, moviéndose en su propio ser, lo cual solo se puede llevar a cabo mediante la intercesión de un lenguaje creador proyectado más allá y desde su situación en el mundo. A partir de este movimiento de liberación ontológico y lingüístico, la utopía, nace otro movimiento, político-social y verbal: la revolución. Paula Rosell Borgoñós Colegio Joaquina deVedruna, Cartagena, Región de Murcia El progreso es el motor del mundo y se traduce en el siguiente proceso: la necesidad de cambio traza ágilmente sistemas idílicos denominados utopías , y dichas visiones

RkJQdWJsaXNoZXIy OTA4MjI=