Olimpiadas filosóficas

139 alimentan un espíritu revolucionario que anima a las masas a funcionar como unidad para lograr los objetivos propuestos. No obstante, en una realidad perturbada por la ansiedad del cambio, resulta natural atender a algunas cuestiones. ¿Están constituyendo nuestras ansias de cambio una liberación verídica o un encarcelamiento inminente? Examinemos la historia para ob- tener respuestas. En la Edad Media había una gran necesidad de cambio. La mayoría de las gentes que poblaban el planeta se hallaban sumidas en los abismos de pobreza y miseria caracte- rísticos de la época.Tal situación dibujó en las mentes de aquellos pobladores una de las más célebres utopías, Jauja. Dicha región, también denominada País de Cucaña, se concebía como un lugar idílico en el que no era necesario trabajar. Ríos de leche y vino fluían por las praderas de queso con sus árboles de lechones asados. El agotamiento mental y físico dibujó Cucaña, trazando un verde y liberador rayo de esperanza en los vestigios de fortaleza de la humanidad. Jauja mantuvo a la población activa y en funcio- namiento cumpliendo así con su función como utopía: conformar un camino constante, tal y como enunció Eduardo Galeano. Gracias a los soñadores y visionarios, la situación mejoró. Fue un proceso tardío y len- to que dio frutos escasos, producto del esfuerzo tortuoso de la humanidad. Si enunciamos la pirámide de Maslow, comprenderemos mejor los posteriores acon- tecimientos. Dicho sistema piramidal consta de cinco niveles asociados a las necesi- dades humanas. En la base hallamos las necesidades fisiológicas; más tarde, las de seguridad; a continuación, aquellas relacionadas con la dimensión social del individuo; posteriormente, las de reconocimiento, y, finalmente, las de autorrealización. Centrémonos pues en Francia durante la tardía Edad Moderna. Un grupo de pensado- res comienza a cuestionarse el sistema económico, político y social de la estancada nación. Estos intelectuales, pertenecientes a las clases acomodadas, son los ilustra- dos. Como disponían de riqueza suficiente para cubrir sus necesidades y mantener su patrimonio económico, así como asegurarlo, comienzan a preocuparse del siguiente estamento: el de carácter social. Así comienza la Ilustración. Dicho movimiento soña- ba con una especie de Cucaña política en la que no existieran dictaduras con corona que masacraran pueblos ni instituciones eclesiásticas opresoras. La semilla ilustrada germinó en la nación y abrazó las ansias utópicas del pueblo francés, quien se hallaba deseoso de alcanzar el ideal de la Razón. Hacia finales del siglo xviii , en Francia se daban los tres ingredientes necesarios para una revolución: una masa humana, un mo- vimiento ideológico y una utopía. Para comprender mejor el funcionamiento de esos tres conceptos entre sí, podemos enunciar un viaje en el que la humanidad en conjunto pedalea a un mismo ritmo para avanzar a gran velocidad por una larga carretera ideológica en rumbo hacia el ansiado y deseado destino utópico. Fue solo gracias a este viaje que la nación francesa derro- tó al poder establecido y logró ejecutar una de las más importantes revoluciones. No obstante, falló al alcanzar el modelo idílico diseñado. En un parpadeo, la gran victoria pasó a dar la bienvenida alTerror. El intento de liberación quedó reducido a un nuevo modelo de opresión frustrante. ¿Por qué el pueblo no fue capaz de alcanzar la utopía? ¿Acaso no era la libertad un resto de la ambición en ruinas? Dichas dificultades se presentan como piedras con las que nos seguimos tropezando una y otra vez. Los seres humanos nos diferenciamos del resto de especies en un aspecto crucial: anteponemos el propio individuo a la comunidad a la que pertenecemos y, aunque

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