Olimpiadas filosóficas

141 sería más feliz volando fuera de su jaula, libre. Creo que ese loro y nosotros tenemos más en común de lo que cabría esperar. ¿No vivimos nosotros como esclavos? ¿No deseamos la libertad? Soñamos con ella, la perseguimos constantemente e, incluso, damos nuestra vida por ella. ¿Pueden el pensamiento utópico y revolucionario llevar- nos a alcanzar esta libertad? Se nos presenta como innegable en este problema la idea de que el ser humano ne- cesita ser liberado, que vive preso en cierto sentido. ¿Preso de qué? En primer lugar, somos esclavos de nuestra propia naturaleza. Nuestra condición de animales prepro- gramados para nutrirnos, interactuar unos con otros y reproducirnos ya nos condiciona biológicamente a seguir ciertas conductas. Pese a ello, como decía Aristóteles, nos diferenciamos de los animales porque podemos controlar nuestros instintos (la mayo- ría de las veces) haciendo uso de la razón, lo que nos hace, en definitiva, humanos y no simples homínidos. ¿Es esta misma razón la que nos puede hacer libres? Pero no es la esclavitud que nos impone nuestra biología sobre la que quiero hablar, sino la que los seres humanos nos imponemos entre nosotros. Porque, tristemente, la concepción que Marx y Engels defendían en su manifiesto sobre la lucha de clases a lo largo de la historia sigue vigente en la actualidad, aunque con un abanico más amplio de oprimidos y opresores. Hoy en día ya no hablamos de patricios y esclavos, siervos y señores, o burguesía y proletariado, sino de la clase alta sobre la clase media, de hom- bres sobre mujeres, los poderosos sobre los débiles del siglo xxi . He podido ver con mis propios ojos países sumidos en la miseria, en los que la opresión que ejerce una oligarquía sobre el resto del pueblo usando la violencia y a unas corruptas fuerzas del orden se respira nada más poner un pie en la calle. ¿Cuánta gente se ve privada hoy en día de derechos tan básicos como el derecho a una vivienda digna mientras políticos y grandes empresarios nadan en la riqueza? Son tan solo un par de los innumerables ejemplos que nos muestran que los sueños de Rousseau, Marx y Lenin están aún por cumplirse. ¿Pueden ser la revolución y la utopía un antídoto contra esta realidad dictatorial?Tal y como yo los entiendo, son dos conceptos que van de la mano, aunque el pensamiento utópico forma parte de un proceso que me gusta llamar revolución de las mentes . Un proyecto utópico no deja de ser un espejo distorsionado de la realidad, diseñado para poner en evidencia sus carencias y defectos. Igual que la Utopía deTomás Moro critica la corrupción y codicia de su época, Fourier y Owen critican en sus teorías del socia- lismo utópico la propiedad privada y las divisiones sociales en función de la riqueza. Las utopías han sido ampliamente criticadas a lo largo de la historia debido a la anfi- bología inherente al propio término. Pueden ser interpretadas o bien como algo idílico, fantasioso e irrealizable, o bien como algo ideal, perfecto y deseable.Y es esta segun- da definición la que nos interesa, porque algo deseable genera (valga la redundancia y la obviedad) deseo por ser conseguido, se convierte en un objetivo que perseguir, nos pone en marcha. El pensamiento utópico, a mi parecer, no es más que la chispa que prende la mecha de la revolución. Ahora bien, habiendo dejado todo esto claro, ¿puede la revolución hacernos libres? Podemos echar la vista atrás y fijarnos en cómo los que vinieron antes de nosotros alcanzaron su libertad a través de procesos revolucionarios. Los franceses consiguie- ron derribar los pilares delAntiguo Régimen y desencadenar el dominó político que ha acabado por llevarnos a vivir en una socialdemocracia. En segundo lugar, Lenin y los bolcheviques acabaron con la autocracia del zar y llevaron a la práctica las ideas de Marx para crear la Unión Soviética.Y se podría seguir con la larga lista de revoluciones:

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