Olimpiadas filosóficas

143 En numerosas ocasiones se ha discutido la utilidad de la utopía. Por un lado, tenemos a los que defienden que es un imposible, que el ser humano nunca será capaz de alcan- zarla. A fin de cuentas, ¿por qué íbamos a perder el tiempo persiguiendo un objetivo, si no tenemos la capacidad de llegar a él? No obstante, como alternativa a esta falta de ilusión y ambición, encontramos al otro bando. Este otro grupo ve en la utopía el motor del desarrollo. En otras palabras: considera que trabajar en la búsqueda de un fin ideal es precisamente lo que mueve al ser humano para mejorar y superarse una vez tras otra. Gracias a la utopía, la persona de la imagen pudo deshacerse de sus cadenas opreso- ras. Sin embargo… ¿cómo lo hizo? ¿Fue de repente y violentamente, de forma brusca? ¿O simplemente utilizó una llave? Estos interrogantes nos sirven para introducir el otro concepto clave de la disertación: la revolución . El DRAE la define como «Cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional». Existen muy diversos tipos de revoluciones, pero el más in- teresante, en esta ocasión, es indudablemente el político. Si echamos una vez más la vista atrás, encontramos muchos ejemplos de revolución que han marcado el transcurso de la historia con una fuerza brutal. Las revoluciones suenan peligrosas, porque suenan a cambio.Y seamos sinceros, hoy en día nos da mie- do cambiar. Sin embargo, su irrupción en la historia tiene mucho que enseñarnos. Son tres las piezas clave de una revolución. La primera es la intención: ¿qué quiero conseguir con mi insurrección? El fin que definamos en este momento es nuestra uto- pía. Es ese horizonte por el que vale la pena arriesgar todo lo que tenemos, porque así, quizá, podamos mejorar. La segunda es la forma: ¿cómo voy a alcanzar esa utopía? La respuesta que muchos dan a esta cuestión, desgraciadamente, es la violencia. Las ar- mas son herramientas muy poderosas, que si por algo se caracterizan es precisamen- te por conseguir un cambio muy radical en muy poco tiempo. Y la tercera es el resul- tado: tarde o temprano, las revoluciones terminan fracasando. No es viable construir una sociedad de paz y armonía, respeto e igualdad sobre una base de sangre y dolor. Además, tenemos revoluciones, como la francesa, en las que los antiguos oprimidos se convierten en los nuevos opresores. O en las que el pueblo, engañado y manipulado, es quien sale perdiendo, porque los ideales que defendía no eran más que el interés personal del pequeño y selecto colectivo que se los había metido en la cabeza. En la imagen inicial, la revolución consistiría en romper las cadenas, con fuerza, para liberarnos rápidamente, sin que nos preocupe el daño que podemos hacer a nuestro alrededor, o la efimeridad del resultado. Para concluir, volvamos al interrogante principal, ¿la revolución y la utopía liberan al ser humano?Ya hemos visto como la utopía sí que lo hace: es ese horizonte que nos obliga a seguir caminando, a progresar, en busca de un mundo mejor. Sin embargo, con la revolución la respuesta no está tan clara. Los cambios bruscos y violentos simple- mente siembran la semilla del progreso, ya que es la reflexión racional y el esfuerzo de las personas quienes deben hacer germinar esa semilla, mediante reformas progresi- vas, para que esos cambios sean duraderos. Antes de terminar, me gustaría plantear un nuevo interrogante: ¿no deberíamos iniciar las revoluciones en nosotros mismos, liberándonos de nuestras ataduras, para acer- carnos un poquito más a esa ansiada utopía?

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