Olimpiadas filosóficas

148 nosotros, con nuestra opinión subjetiva.Y atentar contra el gobierno es atentar contra la sociedad, su convivencia e inocencia.Y prefiero sufrir mil injusticias a cometer una. Por esta y por otras razones, no acepto las revoluciones. La violencia y la ilegalidad nunca han de ser soluciones, y menos si no hay certeza de que se cumplan sus fines y se materialicen. Si el cambio positivo para Robespierre, santo líder de la Revolución, fue pasar a mejor vida , ¿qué les espera no ya a los enemigos, sino a todos los que, sen- cillamente, discrepan? ¿No ha de mejorar la revolución a la sociedad en su conjunto, y no solo a los que consideran, subjetivamente, poseer la verdad? SEGUNDO PREMIO Estela Bescós García IES MedinaAlbaida, Zaragoza, Aragón Este dilema moral presenta un conflicto en el que la mayor incógnita es el valor que debemos dar a la vida humana, y presenta dos posibles opciones: primar el objetivo sobre las vidas de los individuos o anteponer la integridad de cualquier ser humano al fin último. A estas opciones se podría sumar un término medio, ya que nada es blanco o negro, y mucho menos un dilema de este calibre. A continuación, voy a exponer los argumentos de cada opción para, posteriormente, resumir mi posición en una conclusión. Comenzando con la primera opción, que prima el objetivo del grupo sobre la integridad de aquellos que lo forman, hay tres argumentos que la respaldan. El primer argumento habla de futuro: la revolución lucha por un futuro mejor en el que todos los seres humanos, como un colectivo, tengan una mejor calidad de vida con unas condiciones que les permitan disfrutar de su existencia en toda su plenitud. Este es un objetivo ambicioso y, ante todo, grande.Tan grande que su esencia debería an- teponerse a los deseos o ambiciones de un individuo. El colectivo es uno y se mueve como uno; para llevar a cabo ese movimiento debe estar de acuerdo. Es decir, se le presupone a ese colectivo un consenso y, por lo tanto, la capacidad para tomar las de- cisiones que considere adecuadas en cada momento. Eso es más de lo que puede decirse de un individuo quien, si bien tiene capacidad para tomar decisiones, no tiene ese apoyo del grupo o ausencia de este para mostrarle sus errores. Es por eso que el futuro debería estar en manos de un grupo y no de un individuo, con- virtiéndose este disidente en un elemento prescindible. El segundo argumento parafrasea al conocido Robespierre, y es que este afirmó una vez que debemos tener el valor de obrar injustamente para que las generaciones futu- ras puedan gozar de la justicia. Este argumento trata la justicia como un lujo del que podemos disponer cuando la situación lo permite, y una situación que precisa de una revolución urgente no lo permite. La justicia no es un medio, sino un fin, un objetivo en sí mismo. Es un error emplearlo como medio porque no es práctico y pone un gran número de trabas en nuestro camino hacia ese futuro correcto, en el cual se podrá co- menzar a hablar de justicia.

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