Olimpiadas filosóficas

152 Cierto es que la justicia, al ser uno de los pilares de nuestra sociedad, se ha conver- tido en la causante de las revoluciones casi en su totalidad: seguimos la postura de Locke sobre el derecho a devolverla a su curso natural de manera casi inconsciente, empleando cualquier método necesario. Y es que hay que mencionar que las revoluciones nacen de la necesidad, de la corrupción del hombre y la sociedad en que habita. En tiempos desesperados, medidas desesperadas: la ideología de «el fin justifica los medios» en su máximo esplendor, apoyada sobre una cantidad de sacrificios incontables en pos de un futuro mejor. Sin embargo, esta visión, en su apocalíptica desesperación, se olvida de tomar en cuenta la vida: la vida como nuestro mayor tesoro, como aquello que se nos ha encargado pro- teger; como aquello que, siguiendo una visión ciertamente religiosa, es algo inviolable. Del mismo modo, también cabe mencionar la libertad de decisión individual sobre la libertad que una revolución tiene como objetivo: la decisión para involucrarse en un conflicto ha de ser propia y consciente; decidir cambiarse uno mismo involucrándose para cambiar el mundo. También me gustaría añadir cuán innecesario es que una revolución sea violenta, pues hemos conocido fructíferas revoluciones que siguieron la vía de la desobediencia civil deThoreau. Sin ir más lejos que el siglo pasado, Rosa Parks hizo estallar una revolu- ción mediante el simple acto de no acatar lo que ella percibía como injusto. El buscar un cambio positivo con métodos no violentos es algo que ya ha sido efectivo en diver- sas ocasiones. Es por las razones ya expuestas que mi opinión se mantiene firme: una revolución no puede ser justificada cuando pone en peligro la vida de inocentes. ¿Cómo esperamos alcanzar un mundo justo y libre cuando pavimentamos el camino hacia este con la violencia, por involuntaria que sea? La justicia que buscan la mayoría de las revolucio- nes no puede ser solo el objetivo, también ha de ser el camino; no solo el hacia , sino también el desde . GuillemAdrover Clar Col·legi Sant Josep Obrer, Palma de Mallorca, Islas Baleares La gran mayoría de revoluciones de la historia han sido periodos de enorme inesta- bilidad política y social, y no es excesivamente complicado ver el porqué. Existe una contraposición constante entre periodos de estabilidad y periodos de cambio en los que, debido a un cambio de mentalidad o a una voluntad general, un grupo de personas deciden cambiar radicalmente el sistema, o destruirlo directamente, para construir a partir de ahí. La estabilidad de un sistema ya establecido, por corrupto o imperfecto que sea, suele ser cómoda para la mayoría de la población que vive en él; por eso no vivimos en cambio constante y brusco, sino en la conservación o cambio gradual del sistema. Las revoluciones se dan cuando el proceso de cambio o inestabilidad que si- gue a la caída de un sistema es potencialmente mejor, o por lo menos válido, para que, en un futuro, cuando un nuevo sistema sea establecido, todo el proceso haya valido la pena. Lo más problemático a la hora de hacer o preparar una revolución es conciliar las libertades individuales con este periodo de inestabilidad, sobre todo de aquellos que no pidieron ninguna revolución. Como ejemplo podemos tomar el periodo posterior a la

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