Olimpiadas filosóficas

160 por instruir a la gente, a los pequeños, el futuro del lugar, qué hacer, o que ellos mis- mos piensen qué llevar a cabo. Es necesario, para concienciar, para conseguir apoyos. De esto también podríamos ver hasta qué punto el instruir a la gente en una mentalidad definida, porque hay que hacer la revolución, es paternalismo; ese paternalismo que les dice «es por tu bien, por el bien del pueblo». Igual que cualquier autoritarismo contra el que luchemos. Entonces, tampoco estaríamos tan lejos de nuestros enemigos, y quizá entonces haga falta otra revolución contra los revolucionarios. De cualquier modo, será caótico, desordenado, irregular. Pero, de nuevo, no es malo. El objetivo no debería ser controlar ese caos enmarañado, sino verlo actuar, opinar sobre él; pertenecer a ese caos también, no para regularlo, sino para luchar contra lo que no nos gusta, rebatir lo que, además de caótico, sea, a tu juicio, perjudicial. Bienvenidos a la política.Ya lo dijo Pratchett: «El caos se encuentra en mayor medida cuando se bus- ca el orden. El caos siempre derrotará al orden, porque está mejor organizado». No tenemos que controlar el sistema. Si alguien quiere protestar, que proteste. Si al- guien quiere salir, que salga.Ya nos ocuparemos luego de atacar o bloquear esos des- puntes, o permitir la salida, pero dificultar la entrada, de opinar sobre el sistema. Y ahora sí, revolucionaos. Ya tenemos creado el sistema. Cualquiera puede crear o perseguir una revolución. Opino que no hay que controlar, sino dejar, siempre de forma agresiva, de algún modo, fluir este perfectamente imperfecto sistema. No para intentar conseguir una utopía, eso es imposible desde la base de que es subjetiva y, por tanto, desigual para todos. Simplemente, permitiendo todo, intentar acercarse lo máximo a ella. Sin quemarse. Dejarlo funcionar. Dejar que actúe la entropía para conseguir acercarse a la utopía. Porque la revolución no es sino una evolución social.Y siempre agresiva. Jaime Martínez-Almeida Ordás Colegio de Fomento LasTablasValverde, Madrid, Comunidad de Madrid En este dilema se nos presentan dos opciones distintas. Estas son completamente opuestas y no se puede encontrar un punto medio que no se decante por una u otra opción, así que, en principio, solo puedes apoyar o no la revolución. Comencemos por los argumentos a favor de cada una. La primera consiste en decir que sí: apoyar la revolución afirmando que merece la pena, incluso con muertes ino- centes.A favor de esta opción está, claramente, la posibilidad de crear un cambio bue- no para la sociedad, mejorando así el futuro del país. Hay más ventajas, pero estas me las guardaré hasta la solución, pues estas son más efectivas al compararse con la otra opción. La segunda opción es la opuesta, es decir, negar que hacer una revolución sea lo correcto, defender que no merece la pena. Uno de los motivos por los que se podría elegir esta opción sería, por ejemplo, que la pérdida de vidas, especialmente las ino- centes, es algo demasiado grave incluso para crear un cambio, por importante que sea, es decir, el fin no justifica los medios.También puede ser que el cambio que se busca hacer resulte ser peor que la situación actual.

RkJQdWJsaXNoZXIy OTA4MjI=