Olimpiadas filosóficas

165 unir al pueblo, tampoco falta la figura del contrario, el hereje. Es decir, es inevitable el enfrentamiento. Ahora, debe tenerse en cuenta que toda acción conlleva riesgos y que nada puede garantizar de manera absoluta el correcto desenlace de la misma (de acuerdo a la intención inicial y a las infinitas variables que podrían influir en el resultado). Por lo tanto, ningún desenlace está garantizado, ergo, tampoco el fin satisfactorio de una revolución lo está. Ahora bien, si, teniendo en cuenta que ningún fin está garantiza- do, el riesgo de esa incertidumbre (que rodea cualquier acción) evita la realización de una acción (revolución, en este caso), nunca nada se llevaría a cabo, es decir, ese procedimiento niega por completo la idea de progreso y defiende la inmutabilidad del pensamiento. Enfocado de otro modo, tal vez de lo que aquí se trate sea de tener en consideración que las consecuencias erróneas implican la aniquilación de vidas humanas y hasta qué punto la voluntad popular puede perjudicar al individuo. Debe tenerse en cuenta que el individuo vive en sociedad y, por lo tanto, no deja de estar condicionado en su vida por innumerables factores que él, en principio, no ha elegido. Su libertad no es completa en ningún aspecto; así pues, si la liberación implica sacrificio, ¿es justo? No puedo ponerme a tasar o comparar los valores de la vida de colectivo e individuo, pero sí con- sidero que el progreso se ha construido siempre sobre la base de víctimas voluntarias e involuntarias, dispuestas o no al sacrificio. Ese movimiento, ese avance, no es evita- ble, como tampoco lo son sus consecuencias. Eso sí, una revolución no debe justificar e ignorar la violencia, restar cualquier valor a la vida, porque está restando también cualquier valor a su propia intención de favorecer la justicia: si no tiene valor la vida, no es necesaria la justicia que ordene esa vida. Debe existir un principio de coherencia: la búsqueda de la justicia implica el uso de la justicia (predicar con el ejemplo). No voy a adentrarme en qué consiste la justicia, porque al fin y al cabo es un concepto relativo que puede ser adaptado a la ideología, y no tiene por qué tener un valor absoluto. Si una revolución se construye con base en la incoherencia de tasar las vidas según su condi- ción, y, a pesar de eso, afirma defender la verdad (entendida como reforma), existe un problema de base. Por otra parte, el uso de la violencia para imponer una ideología implica dogmatismo y represión de la libertad de pensamiento. Obviamente, debe tenerse en cuenta si ese pensamiento es infundado y no va a defender, por lo tanto, la justicia. Entiendo el uso de la violencia para debilitar a un enemigo ideológico (opresor) que de ningún modo pretende modificar su pensamiento, pero cuando este ya está debilitado, la persecu- ción no es más que un acto injustificado, es decir, represión y asesinato. Por lo tanto, remarco como aspecto final que no se debe temer al progreso, que las posibles consecuencias (daños colaterales) no deben limitar la perspectiva de una revolución, que mientras esta tenga unas premisas clave coherentes no debiera existir el caos y que la justicia se defiende con justicia. En último lugar, cuando se le niega a la mayoría el llevar a cabo una revolución, enten- dida como su voluntad, que implique un cambio (la reforma del sistema para la erradi- cación de una injusticia), no se está preservando su integridad como individuos libres que expresan su voluntad, y, desde ese momento, se están infringiendo sus derechos. La integridad no es solo física, sino también psíquica. Es decir, siempre existe un fac- tor negativo, una motivación para el cambio, un impedimento que tal vez resulte un aliciente.

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