Olimpiadas filosóficas

22 No obstante, no es la robótica la que retoma las cuestiones anteriormente menciona- das, sino el transhumanismo . Esta corriente de pensamiento trata de mejorar al ser humano mediante la genética, la robótica y la nanorrobótica, abriendo nuevos sende- ros para la llegada del posthumanismo . Esta tendencia ya cuenta con apoyos, así como con proyectos concretos, como, por ejemplo, el de la Iniciativa 2045, la inmortalidad a través de un avatar, más propios de la ciencia ficción. Aun así, esta tendencia cuenta también con detractores. Entre ellos figuran filósofos de la talla de Jürgen Habermas o Francis Fukuyama, que basan sus críticas princi- palmente en la eugenesia y la pérdida de la vida plena inherente a la existencia fini- ta. Estas cuestiones se exponen en sus libros Hacia una eugenesia liberal y Nuestro futuro posthumano , respectivamente. Respecto a la eugenesia, la historia es sabia: nos recuerda las atrocidades cometidas en la Segunda Guerra Mundial y la posguerra, cuando fue invocada para justificar el exterminio y la limpieza racial. En cambio, no disponemos de una experiencia empírica de la supuesta pérdida de la vida plena, por lo que esta resulta cuestionable. Por esta razón, insto al lector a transmutar el deseo de aprovechar la efímera vida por el deseo de conocimiento, de madurez, en definitiva, de curiosidad. Solo la imaginación podría prever la cantidad de avances que ocurri- rían en los distintos campos epistemológicos humanos. Sin embargo, su consecuencia más feroz es la deshumanización. Aunque cueste admitirlo, la deshumanización es un problema endémico y normalizado en nuestra sociedad. Entendida como el despojo de nuestras características huma- nas, se inicia en la educación. Educación que nos hace yacer en un lecho de Procusto del cual no conocemos dueño, y que, más que enriquecernos, nos atrofia arrebatán- donos la genialidad del ser humano: el juicio crítico. Asimismo, otros factores, como la tecnología, contribuyen de igual manera a esa deshumanización. Esta nos despoja de nuestra moral, ya que lo que vemos es una pantalla y no un rostro. También nos arrebata nuestra parte social, a la que tanto valor dabaAristóteles, porque preferimos teclear a conversar. Llegados a este punto del discurso, la cuestión de si podrá el ser humano crear una persona artificial deviene en la siguiente: ¿acabará el ser humano convertido en un robot? Dejando atrás las cuestiones puramente filosóficas, nos adentramos en la supuesta llegada de una persona artificial, o en su defecto, una inteligencia artificial lo más cer- cana posible a la racionalidad humana. La problemática que surge es diversa. Actual- mente, la automatización del mercado laboral es una práctica cada vez más aceptada por los empresarios.Ya no nos referimos a máquinas que reemplazan a los operarios en el proceso productivo, como en el caso de los luditas. Nos referimos a máquinas que piensan: trabajadores sin vínculos afectivos, disponibles las 24 horas del día y con el único coste de su mantenimiento. En definitiva, el empleado soñado. Ante un futuro laboral amenazado por la automatización, que crearía un desempleo estructural impactante, surge la siguiente cuestión: ¿solucionar el paro con más pro- ducción hasta saturar el mercado, o transformar la desutilidad del trabajo en el bios theoretikos aristotélico? La dicotomía pasa por continuar con los valores adquiridos del protestantismo euro- peo o una vuelta a los grecorromanos, en los que el ocio es entendido como actividad sustancial del ser humano. Haciendo un pequeño inciso, y usando el método genealó- gico, podremos apreciar que la palabra trabajo proviene de tripalium , un instrumento de tortura romano, así como el vocablo negocio viene en latín nec-otium , negación del ocio. Prosiguiendo con los valores grecorromanos, podemos apreciar en los diálogos

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