Olimpiadas filosóficas

27 Cuando le damos tanta importancia a la memoria, parece lógico que también serán importantes para la construcción de la identidad personal factores como el entorno o la educación que recibimos desde pequeños. Pero antes de entrar en este tema, debo añadir que, si he utilizado la palabra construcción para referirme a la formación de la identidad, ha sido de manera intencionada. Nuestra identidad se basa en nuestra me- moria y nuestras acciones forman nuestros recuerdos. No todo depende de nosotros, eso es obvio, pero sí somos nosotros quienes tenemos la última palabra para decidir cómo vamos a actuar y, por tanto, cómo serán nuestros recuerdos. Como dirían los existencialistas: «somos lo que hacemos». La identidad es, por tanto, consecuencia de nuestras acciones, no causa de ellas. Es por eso que cambiar no hará que una persona deje de ser ella misma, porque ella habrá conducido ese cambio. La identidad se defi- ne, por consiguiente, como algo cambiante. Para la formación de la identidad personal son muy importantes nuestros primeros años de vida, la infancia y la adolescencia, porque es entonces cuando nuestro apren- dizaje es más rico, ya que actuamos como esponjas que absorben todo lo que hay a su alrededor. Por eso es clave el papel de la educación. Durante nuestras vidas recibimos toda clase de influencias, pero es cuando somos más jóvenes cuando somos más in- fluenciables, tanto para bien como para mal. La educación en un ambiente determina- do, en una cultura determinada, nos hará tomar decisiones respecto a nuestra forma- ción. Estas decisiones no estarán siempre de acuerdo con la educación recibida, pero sí serán una respuesta, a veces de oposición, a aquello aprendido. Nuestra memoria no será tan precisa en esta primera etapa de aprendizaje por estar más alejada en el tiempo, pero inconscientemente nos marcará mucho más. La memo- ria inconsciente podría parecer un argumento a favor del determinismo y en contra de la libertad, pero yo no creo que sea así, ya que nuestro inconsciente actúa en campos diferentes que nuestra conciencia, y es esta conciencia nuestra la que es libre. Ade- más, aunque el inconsciente pueda ser causa de determinadas acciones, una misma causa puede provocar diferentes consecuencias dependiendo de otros factores, y den- tro de estos factores se encuentran nuestras decisiones. Las nuevas tecnologías también afectan en este sentido a nuestras identidades, ya que la globalización ha provocado cambios en la base sobre la que formamos nuestras identidades, esto es, las diferentes culturas. Pero, aun así, aunque nos vemos condi- cionados por factores como el entorno en que vivimos y por las personas con las que compartimos nuestras vidas –así como, hoy en día, por la tecnología–, la decisión final sobre cómo queremos actuar –y, por tanto, quiénes queremos ser– la tomamos noso- tros mismos. Una pregunta que se puede plantear fácilmente cuando le damos tanta importancia a la memoria es ¿qué ocurre si alguien la pierde, a causa, por ejemplo, de una enferme- dad como el Alzheimer? ¿Deja de ser quien era? Pues sí, desgraciadamente sí. Si no recuerda su vida anterior, no puede reconocerse. Empieza de cero de nuevo y, por el simple hecho de empezar de cero, construye una nueva identidad. Otra pregunta que podríamos plantearnos, esta vez relacionada con los avances cien- tíficos, es ¿qué ocurre si un cuerpo es modificado genéticamente? Introducimos así un campo nuevo: el carácter natural del ser humano es tan susceptible de modificación como el cultural, ya que lo natural e innato ha perdido su condición de inmodificable. ¿Podría parecer que la persona adquiriría una nueva identidad, porque qué somos sino genes? Sin embargo, y teniendo en cuenta mi tesis principal según la cual la base de la identidad es la memoria del sujeto, aunque un cambio genético provocaría cambios

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