Olimpiadas filosóficas

33 aprender a manejarlas. Es por eso que, en más casos de los que nos gustaría pensar, el consumo y manejo de la información se ha convertido en una nueva droga. En estos momentos es más fácil acceder a informaciones, datos, relaciones y perso- nas en un día de lo que pudieron hacerlo generaciones anteriores incluso en años. Esto, por fuerza, en un proceso progresivo modificará sin duda la propia identidad del individuo frente al grupo. Siendo la rapidez o la inmediatez uno de los factores que hay que tener en cuenta, está claro que nuestros hábitos de consumo también sufren y sufrirán en el futuro profundos cambios, poniéndonos en manos de los verdaderos maestros que controlan el flujo de la información que recibimos. Hoy en día el fenóme- no de las redes sociales, por ejemplo, está en manos de expertos en marketing capaces de generarnos nuevos hábitos de consumo que modifican nuestra identidad.Tenemos que aceptar que las redes están ejerciendo sobre la estructura de la vida cotidiana un grado de influencia superior al de cualquier otra herramienta tecnológica. ¿Y qué son las redes sociales sino un entramado de marketing basura que, en lugar de acercarnos unos a otros, nos aleja cada vez más de todas las cosas importantes? Re- sulta irónico que una de las mayores virtudes del ser humano, como es la libertad, sea la que tristemente se menoscaba en esta desesperada búsqueda de nuestra identidad basada en la cantidad de comentarios o likes que recibimos en una publicación. En su ensayo literario, Walden, una oda a la libertad , Henry D.Thoreau huye del ruido y la tec- nología de la sociedad del siglo xix y abandona la ciudad para tratar de descubrir parte de su verdadera naturaleza. La tecnología no nos hace más libres, nos esclaviza. Nos enseña, o más bien nos impone, cómo debemos hablar y comportarnos y todo esto se debe a la incapacidad del ser humano para manejar esta herramienta.Veo a chavales de apenas diez años con smartphones comportarse de manera adulta, y a personas maduras comportarse como adolescentes en sus muros de Facebook; veo como la tec- nología modifica la forma de relacionarse de las personas y el aislamiento que esto provoca en ellas, y siento temor ante la posibilidad de que algún día podamos llegar a ser los protagonistas de una de esas distopías que vemos en televisión. George Orwell publicó a mediados del siglo pasado una controvertida obra, tachada de pesimista por algunos, titulada 1984 , en la que retrataba un futuro ficticio en el cual el individuo está sometido a un Gran Hermano que representaba el poder político ab- soluto. Pese a ser tachada como algo improbable en su época, hoy nos preguntamos si estamos realmente tan lejos de protagonizar una de estas distopías. Uno de los más aclamados capítulos de la teleserie Black Mirror basa su argumento en un suceso poco difundido por medios españoles, pero que empieza a tener un eco importante en internet y en parte de la prensa estadounidense: se trata de un supuesto proyecto del Gobierno de la República Popular China, en cooperación conTencent –un conglo- merado de empresas que controlan todo el entramado de redes sociales en China– y diversas empresas vinculadas a otros sectores importantes con sede en el mismo país, entre las que destaca el gigante de la compraventa Alibaba.com. Este presunto proyecto permitiría ejercer un control de las publicaciones de los usuarios en internet mediante un sistema tipo Karma , que mediría la afinidad al régimen comunista de di- chos usuarios. Básicamente es un sistema de puntuación, denominado créditos sésa- mo , que aumentan o disminuyen en función de la actividad del usuario de internet. Por ejemplo, un nivel alto de créditos sésamo correspondería a una persona cuyas publi- caciones en redes sociales apoyan abiertamente al régimen comunista, o que compra productos, como películas o música, que merecen la aprobación del régimen. Un nivel alto de créditos, por ejemplo, facilitaría el acceso a ofertas laborales, o las limitaría si los créditos sésamo no llegan al nivel exigido.

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