Olimpiadas filosóficas

35 las dimensiones positivas de la tecnología como fórmula de acercamiento al progreso y a la felicidad.Voy a exponer la cara B de esta realidad, puesto que la reflexión crítica acerca de lo que supone la irrupción de las nuevas tecnologías en nuestra vida arroja sombras inquietantes. Aristóteles ya planteaba que la felicidad es la aspiración máxima de todos los seres humanos, pero cabe preguntarse cuál es su fórmula. Al tratarse de una cuestión cen- tral en nuestra existencia, ha constituido un tema recurrente de reflexión filosófica a lo largo de la historia. Podemos elegir entre múltiples aproximaciones para valorar si nuestro actual modo de vida tecnológico encaja con alguna de ellas. La definición de Aristóteles defiende que la felicidad se encuentra en la virtud. Según John Stuart Mill, el deseo de ser feliz está por encima de todos los demás, y es común en todos los seres humanos, considerando la felicidad como la búsqueda del placer y la huida del dolor. Para Nietzsche, es el sentimiento de poder, de que una resistencia ha sido su- perada. Zizek, desde una visión más actual, considera este estado emocional como un producto del capitalismo, al que llegaremos a través del consumo. Quizá la clave esté en el planteamiento de Séneca en su De vita beata , donde defiende que cada uno posee una respuesta y definición diferentes. Si nos fijamos en el papel que juegan las nuevas tecnologías en nuestra particular búsqueda de felicidad, parecen constituir un elemento clave, un necesario colabora- dor en la construcción de la existencia que queremos. Podemos decir que nuestra vida va dibujando una línea más o menos recta, dependiendo de las cartas que nos hayan tocado en suerte, o de la pericia con la que las juguemos, buscando la meta de obtener la felicidad. Ante la distancia entre lo que imaginamos como existencia ideal y nuestra cotidianeidad, las redes sociales ofrecen la posibilidad de construir una identidad vir- tual paralela en la que podemos seleccionar, crear o eliminar momentos. Sin darnos cuenta, es probable que se haya producido una revolución en nuestra forma de abordar el tema de la identidad. Con Copérnico, el ser humano deja de ser con- siderado el centro del universo, pero inexplicablemente, el elevado número de horas que dedicamos a construir una realidad virtual en la que somos los perfectos protago- nistas, nos sitúa de nuevo en una concepción precopernicana del mundo. No parece haber nada más importante que resaltar nuestras virtudes y momentos de gloria, par- ticipando en una carrera por estar en el centro de las visitas y comentarios. Buscamos crear nuestra propia identidad de marca, pretendiendo que todos la deseen, a través de una sobreexposición de imágenes y opiniones que ofrecemos sin pudor en la red. En este sentido, nuestra felicidad parece encontrarse en ocupar una posición central en el círculo social. Construimos nuestra identidad basándonos en objetivos individuales, solos en la red, sin tener en cuenta que pertenecemos a un grupo social muy amplio que como colectividad tiene intereses que van más allá de nuestra visión egocéntrica. Instagram,Twitter o Facebook constituyen una pasarela en la que somos los auténti- cos protagonistas, haciéndonos creer que tenemos el absoluto control. Es curioso ver como la tecnología nos conecta con la antigua Grecia, convirtiéndonos en Narcisos modernos. Según defiende la psicóloga Pat MacDonald, autora del trabajo Narcisismo en el mundo moderno , «las cualidades narcisistas están ciertamente en alza», rela- cionándolas con el consumismo y la autopromoción en las redes sociales . Vivimos obsesionados con la identidad virtual que hemos construido, persiguiendo la suerte de Narciso cuando enamoraba a las ninfas, en una desesperada búsqueda de aceptación social. Intentamos transformar cualquier hecho de nuestra rutina en un acontecimien- to extraordinario; prueba de ello es que, cada día, se suben a Instagram 80 millones de

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