Olimpiadas filosóficas

36 fotografías, que reciben más de 3500 millones de me gusta. Algo parecido ocurre en Facebook, donde las personas comparten casi cada momento de su vida. Perseguimos la admiración y la aceptación, al tiempo que vamos enamorándonos de los momentos ficticios que publicamos en la red. Así, la línea de nuestra identidad virtual se eleva alejándose de nuestra realidad, mucho más anodina. Puede que, al pasar tanto tiempo focalizando nuestra atención en la imagen ficticia que proyectamos al mundo, la línea de nuestra vida real se debilite y termine muriendo por inanición, siguiendo la estela de Narciso. En la construcción de nuestra identidad virtual, nos situamos en el centro de un sa- lón lleno de espejos, buscando ser observados por el resto del mundo. Las imágenes que compartimos son una forma de construir la existencia que deseamos tener. Susan Sontag afirmaba que «la necesidad de tener una realidad confirmada y la experiencia mejorada por la fotografía es un consumismo estético al que todo el mundo ahora es adicto». El voyerismo es uno de los elementos que nos definen como usuarios de redes sociales, permitiéndonos ser partícipes de las emociones, los momentos estelares y fragmentos de vida seleccionados por otras personas. Devoramos sin pudor la vida ajena, olvidando que también nosotros somos espiados. El filósofo Héctor Ariel Feru- glio afirma que es posible cuantificar los sentimientos utilizando los me gusta como unidad de medida. Esta cosificación de los fragmentos de nuestra vida que vamos exponiendo, esperando obtener el máximo de sensaciones de agrado, funciona como una poderosa herramienta para controlar a los ciudadanos. Los adolescentes somos especialmente vulnerables en este terreno, refugiándonos en lo sencillo que resulta establecer relaciones ficticias en las redes sociales. Las nuevas tecnologías nos han convertido en hipócritas virtuales, en personas más frágiles y menos capaces de inte- ractuar con nuestros semejantes. En el libroVII de La República , Platón expone el mito de la caverna. Nos habla de unos hombres que viven en el fondo de una cueva, encadenados y de espaldas a la entrada, de modo que solo pueden ver las sombras de lo que va pasando delante de una gran hoguera. Podemos establecer un paralelismo entre la visión del filósofo griego y nues- tra sociedad tecnológica. Si Platón pudiera analizar los contenidos que exponemos en las redes sociales, ¿no los vería claramente como ese reflejo que impide ver el mundo real? Las redes sociales constituyen una caverna actualizada, en la que todos estamos maniatados frente a las pantallas, observando cómo desfilan modas, noticias y vidas ajenas, a modo de sombras de lo que ocurre delante del fuego. De este modo, la línea de nuestra existencia real se va consumiendo, haciendo que perdamos momentos irre- petibles de nuestras vidas. El hecho de estar permanentemente conectados nos aleja de las personas que realmente tenemos cerca, las que mejor nos conocen, las que de verdad nos acompañan y dan sentido a la línea de nuestra identidad real. Cabe pregun- tarse si tiene sentido nutrir una existencia ficticia, de sombras, capaz de impresionar a un mundo que no es el nuestro. Podríamos ver también muchas semejanzas entre los antiguos hombres anuncio y la creación de una identidad virtual. Al exponer toda nuestra intimidad, abrimos la puer- ta al enorme entramado publicitario, omnipresente en las nuevas tecnologías. No so- mos conscientes de que en realidad hay fuerzas que controlan nuestros movimien- tos, nuestros gustos y nuestros deseos, convirtiéndonos en un potencial consumidor de publicidad y de todo tipo de productos. El control que ejercemos en la creación de nuestra identidad digital es inversamente proporcional al que tenemos sobre la utiliza- ción de nuestros datos, que se convierten en un negocio. Inconscientemente, hemos vendido nuestra intimidad sin remedio. La caverna que describió Platón tiene hoy sus

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