Olimpiadas filosóficas

38 seamos capaces de generar un análisis crítico sobre la forma en la que construimos nuestra identidad. Sería importante buscar tiempo para la reflexión, indagar acerca de la manera de convertir lo que deseamos ser en lo que somos en realidad. Quizá la clave sea dejar de buscar la aprobación ajena y conseguir la nuestra, trabajando nuestra identidad real y fortaleciéndola con la experiencia vital de las personas que nos rodean. Además, poner los pies en la tierra, humanizarnos y conectar con nuestro entorno real, nos ayudará a crear una sociedad más igualitaria y generosa. A continuación, me gustaría compartir mi fórmula de felicidad, que he tomado presta- da de Henry DavidThoreau: «La felicidad es como una mariposa, cuanto más la persigues, más te eludirá. Pero si vuelves tu atención a otras cosas, vendrá y suavemente se posará en tu hombro». María Frontera Bergas IES Madina Mayurga, Palma de Mallorca, Islas Baleares Nuestra identidad: una serie de perfecciones y defectos que nos define y caracteriza como individuos; pero, a su vez, hay una causa mayor nos une a todos: nuestra humani- dad, la misma que nos conmueve y nos sorprende a partes iguales, la que nos permite pensar y cuestionar lo que nos rodea. Si comparamos a un humano con una máquina, la segunda, a pesar de ser capaz de re- solver ecuaciones imposibles de imaginar y logaritmos tan complejos que no podemos ni formular, al lado del cerebro humano queda reducida a un simple juguete que cumple con perfección unas órdenes dadas. Porque, al fin y al cabo, una máquina es perfecta, es eficaz, es obediente. Los humanos, en cambio, no; nosotros cuestionamos y duda- mos de la realidad, desconfiamos de ella y ansiamos el conocimiento por imposible que sea obtenerlo. Siguiendo la anterior reflexión, en una sociedad consumista como la nuestra, donde unos pocos dictan las órdenes y los demás las acatamos, encajan mejor las máquinas, cuyos sensores, que imitan nuestros ojos, jamás dudarán de lo que vean y tampoco pondrán en duda una orden, por muy cruel que sea. Una máquina no se apiadará de un inocente, no llorará la muerte de un amigo, no se enternecerá de una pobre criatura que pregunta por sus padres porque, en realidad, no sienten. Según Descartes, nuestros sentidos nos engañan y nos impiden percibir la realidad tal y como es; aun así, los humanos podemos elegir, tenemos la libertad de creer o no en lo que percibimos y podemos investigar al respecto, ya que nunca nada es blanco o negro. Hay quien dice que ahora hemos alcanzado la adolescencia de la tecnología y que, den- tro de unos años, todo habrá cambiado gracias al avance tecnológico. Mi pregunta es ¿cómo puede alguien predecir el futuro basándose solo en el pasado? Que hasta ahora el avance tecnológico haya seguido un patrón no quiere decir que siga haciéndolo. A lo mejor aún no hemos alcanzado siquiera la infancia de la tecnología y, si así fuera, no podemos afirmar cómo será el futuro, ya que ¿podría realmente seguir llamándose humanidad a un conjunto de piezas y circuitos capaces de imitarnos? Si lo analizamos, una máquina puede ser idéntica a un individuo humano o, al menos, eso parece, ya que

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