Olimpiadas filosóficas

40 suelto la cuestión de si poseen o no moral. Pero ¿qué es un ser humano? Para Kant, la persona es «aquel ser individual de naturaleza racional». Lo que nos distingue de otros seres es la razón, que, a su vez, nos confiere ese valor absoluto que nos caracteriza: la dignidad humana. ¿Estarían esos robots, esas máquinas humanizadas , dotados de razón? En mi opinión, sí; sí que serían capaces de evaluar y llegar a conclusiones, de se- guir incluso complejos razonamientos. ¿O acaso no seremos los humanos, dentro de algún tiempo y con el progreso científico en plena ebullición como está ahora, capaces de construir mediante pequeñas piezas un cerebro electrónico para aquellas, nuestras criaturas mecánicas, que las permitiera reflexionar, que las dotara de sus propios pen- samientos? Aun en el caso de que calificáramos este pensamiento de robótico, como distinto al nuestro, ¿quién podría asegurar que, por ser distinto, no puede ser consi- derado válido?Aunque quizá diferente, esas máquinas sí que constarían de razón, por lo que el concepto de persona de Kant, finalmente, no nos serviría para declarar no humanos a los robots. Paso, pues, a apoyarme en otro filósofo diferente, conocido, entre muchas otras cosas, por su crítica a Descartes, por rechazar esa idea del yo , de una única y verdadera iden- tidad: David Hume. Este pensador establece que no hay un yo como tal, y que la iden- tidad personal se almacena y resguarda en nuestra memoria. Podríamos, por tanto, identificar a una persona con sus recuerdos. ¿Tendrían recuerdos los robots? No sería difícil conseguirlo, en realidad: réplicas de discos duros serían un ejemplo de cómo podríamos lograrlo. ¿Significa el hecho de que los robots puedan almacenar recuer- dos que podrían ser considerados humanos? Desde mi punto de vista, no. Esta última reflexión tampoco serviría. ¿A qué conducen estas reflexiones sin ningún sentido apa- rente que estoy planteando? A la siguiente sentencia: el ser humano es un ente com- plejo. Como entes complejos llenos de características, ángulos y matices, diluiríamos nuestra identidad si intentáramos evaluarnos como personas desde una sola perspec- tiva.Y lo mismo ocurre con el intento de establecer las diferencias o similitudes entre nosotros y esos muy posibles robots inteligentes. No se puede seguir un solo camino de razonamiento, una sola senda de reflexión en el proceso que he citado antes, ya que olvidaríamos y reduciríamos a la nada factores tan importantes como la libertad hu- mana. Algunas de las sentencias más conocidas de Sartre son «La existencia precede a la esencia» y «El ser humano está condenado a ser libre». Sartre nos declara a los seres humanos como entes no determinados. Nadie nos preguntó en qué forma que- ríamos existir, ni siquiera si queríamos hacerlo. Sin embargo, en una posible gama de cíborgs inteligentes, estos entes robóticos sí que habrían sido creados con un motivo concreto: bien para labores domésticas, bien para peligrosas misiones espaciales, o quizá, incluso, por un mero afán de experimentación.Y aun en el hipotético caso de que fueran capaces de librarse de la misión, el trabajo para el que fueron creados, no se desharían de su papel como entes determinados.Terriblemente determinados.Alguien los diseñó, alguien los puso en funcionamiento, alguien calculó su altura, su velocidad, su capacidad de pensamiento. Concluyo ya mis reflexiones en este aspecto. En mi opinión, por muy altos niveles de desarrollo tecnológico que podamos llegar a alcanzar, las máquinas nunca igualarán a los humanos, y siempre existirá una diferencia entre ambos entes. Pero atención, lo que hago ahora no es establecer una hipotética superioridad humana. Y con esto digo que sí, las máquinas podrían llegar a someternos. Sería irónico, quizá hasta de humor negro, que nuestro propio progreso nos aplastara. Pero puede ser y, si es evita- ble, debemos comenzar ya a pararlo.

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