Olimpiadas filosóficas

41 Alejandro Basilio Galván Pérez-Ilzarbe IES Basoko, Pamplona, Navarra El sonido del despertador le hace levantarse de un salto. Rápidamente, se prepara el desayuno en el microondas y se viste. Mientras baja diez pisos en ascensor, conversa por el teléfono móvil con un amigo que vive en el extranjero. A continuación, llega a su oficina en cuestión de minutos gracias al coche, al tiempo que se entera de los suce- sos ocurridos por todo el mundo a través de la radio. Durante las siguientes ocho ho- ras permanece sentada (es una persona) frente al ordenador; en los descansos, apro- vecha para mirar las redes sociales o preparar un viaje al otro lado del océano. Es evidente que, si hubiera nacido hace doscientos o trescientos años, la vida de esta persona sería radicalmente distinta. En la actualidad, empleamos las nuevas tecnolo- gías para casi todas nuestras tareas cotidianas. Nuestra sociedad ha cambiado mucho: el aspecto de una ciudad actual es completa- mente diferente al que pudo tener hace unos siglos. Si tanto nos hemos transformado, ¿deberíamos, entonces, redefinir el concepto de humanidad ? ¿Puede ser que los avan- ces tecnológicos nos hayan convertido en un nuevo tipo de humanos? Para responder a esta pregunta, debemos empezar por definir qué es la humanidad. En el fondo, hemos llegado a la cuestión con la que Kant resumía la filosofía: ¿qué es el hombre? Hay una contestación que puede sonar muy obvia: la humanidad es el conjunto de to- dos los seres humanos. Aunque incompleta, esta idea no es totalmente errónea. Pero le falta una parte importante, un ingrediente esencial de la sociedad: las relaciones entre las personas. De modo que podríamos definir la humanidad como «el conjunto de todos los humanos y las relaciones que se establecen entre ellos». Gracias a aparatos como el teléfono, la televisión o la radio, las relaciones entre las personas se han ampliado. Hoy en día se puede mantener una amistad con alguien de cualquier parte del mundo; en el pasado, eso era impensable. Nos enteramos de lo que ocurre en cualquier rincón del planeta por medio de internet, podemos comprar obje- tos de otros países… se trata del famoso fenómeno de la globalización. Por lo tanto, las relaciones entre humanos han cambiado, al menos, superficialmente. No obstante, si las analizamos más a fondo, comprenderemos que, en esencia, siguen siendo iguales. Seguimos sintiendo amor, odio, amistad, envidia, respeto…; ahora po- demos expresar estas emociones por otros canales gracias a la tecnología, pero las bases de las relaciones siguen siendo las mismas. Por otro lado, tenemos las identidades individuales. ¿Las identidades de las personas son distintas debido al progreso tecnológico? Si definimos identidad como una «mera suma de cualidades», podemos pensar que sí. Al fin y al cabo, las redes sociales nos ofrecen la posibilidad de presentar al mundo un nuevo yo , de mostrarnos como la per- sona que querríamos ser. No creo que esto pueda ser considerado como una segunda identidad; sin embargo, es innegable que estas plataformas sociales añaden una nue- va dimensión a nuestra propia identidad. La adición de nuevas cualidades modificaría el resultado de la suma de cualidades ; en consecuencia, tendríamos una identidad con nuevas dimensiones, una nueva identi- dad. No obstante, yo siento que debe haber algo más. Cada identidad ha de tener una esencia, una base que se mantiene inmutable. Podrá cambiar el contexto, el mundo que

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