Olimpiadas filosóficas

43 quedado en algún pendrive extraviado. Para Descartes, es un ser que piensa; ahora es un ser que piensa que es mejor que otros piensen en su lugar. Para Kant, es un ser que juzga; ahora es un ser que juzga a las personas por lo que publican. Para Bergson, es un ser que ríe; ahora es un ser que crea cientos de perfiles en infinitas redes sociales. Tengo la ligera impresión de que el nuevo pensamiento los ha encerrado en el cajón del olvido y prefiere simplificarlo todo. Nos encontramos, como bien sabéis, en internet. Se trata de una gran caverna electró- nica que ha superado a la caverna de la que hablaba Platón, donde la electricidad era la luz del sol. Al igual que todas las grandes superficies, esta otra gran caverna cuenta con pequeñas estancias, cuevecitas personalizadas en las que los prisioneros entran y salen según les apetece. De momento es bisensorial, puesto que solo reproduce au- dio y vídeo, pero pronto será pentasensorial. El avance es incuestionable e imparable, como hemos podido comprobar. Por cierto, el otro día leí que están comenzando a legislar para cuando salgan al mer- cado los cíborgs. Una de las propuestas decía que el ser humano no podrá tener rela- ciones con la máquina, como si ahora no pasaran más tiempo con el móvil que con sus parejas. En el campo de la medicina el futuro es bastante prometedor y, como ejemplo, tenemos el desarrollo de esos aparatos que permiten detectar nuevas enfermedades a tiempo y también encontrar su cura. A veces me pongo muy pesimista, pero no todo es catastrófico. Volviendo al tema, ante este nuevo mundo heredado de la visión mecanicista de Gali- leo, Newton y Descartes, encontramos posiciones que van desde la tecnofobia a la tec- nofilia: desde los que piden la vuelta a lo primitivo al más puro estilo Rousseau hasta los que, inquietos ante su condición de mortales, sueñan con poder cargar su mente en una memoria externa. Aunque no saben que eso no es sinónimo de inmortalidad, ya que descargar todo el contenido no implica transferir la conciencia biológica. Hoy observo con inquietud a los grandes gurús y sus extraños conceptos: singularidad y transhumanismo , ¡menudas palabritas! A pesar de que suena fatal, no es tan complicado como parece. La singularidad es el hipotético acontecimiento futuro en el que el progreso tecnológico y el cambio so- cial se acelerarán debido al desarrollo de inteligencias artificiales sobrehumanas, que cambiarán el mundo de forma que cualquier ser humano anterior a ella sería incapaz de comprender y predecir. Este concepto va de la mano con el de transhumanismo , es decir, la creencia de que la ciencia dará a los humanos un modo futurista para evolu- cionar y dejar atrás su apariencia física, haciendo realidad su deseo de trascendencia. Ante este panorama, no paran de surgirme dudas. Cada vez más y más complejas. Me asaltan todas a la vez y a veces hasta me provocan dolores de cabeza: ¿quién tendrá acceso a esos avances?, ¿evolucionará la humanidad a dos velocidades?, ¿seremos capaces de estar en un ordenador sin dejar de estar en nuestro cuerpo biológico?, ¿surgirán intereses políticos y económicos? Me temo que sí, lo que me lleva a pregun- tarme: ¿qué tipo de persona se encargará de dirigir este avance: un científico como Kurzweil o como Paul Allen, cofundador de Microsoft? De este mar de interrogantes solo tengo –de momento– una cosa clara: ha quedado demostrado una vez más que tecnología y sociedad no se comprenderán la una sin la otra en ninguna época histórica. Por todo esto, creo que la única vía de escape segu- ra en caso de emergencia tiene su raíz en el pensamiento crítico y eso supone doble trabajo para los filósofos. Debemos encargarnos de seguir haciéndonos las preguntas

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