Olimpiadas filosóficas

54 las personas?, ¿cuál es la actitud que debemos tener, a partir de ahora, ante la revolu- ción tecnológica? En primer lugar, hemos de analizar cómo hemos llegado hasta este punto, qué nos ha hecho lanzarnos a una vida en buena parte digitalizada. Decía Aristóteles en su Metafísica que el ser humano es un animal que tiene la necesidad de saber, que ama conocer.Y, en la teoría, ese ha sido el motor de las nuevas tecnologías: la humanidad necesita establecer cada vez más amplios campos de conocimiento, mantener un ma- yor número de conexiones con otros seres humanos para enriquecer su saber, favore- cer la comunicación con el objetivo de alcanzar el culmen de su esencia, que no es otra que la de animal social . Pero como ocurre en multitud de ocasiones, la teoría no se asemeja a lo primeramen- te planteado cuando se lleva a práctica.Y lo que observamos actualmente es que los seres humanos, la sociedad, hemos pasado a depender de las nuevas tecnologías, in- capaces de vivir sin estos novedosos aparatos. Deshumanización en toda regla, pues hemos extraído nuestra propia esencia para colocarla en un ente externo, llámese smartphone , tablet ,WhatsApp o Facebook. Pero ¿de qué nos escandalizamos? ¿Es que acaso esto que está sucediendo no es algo que ya ha ocurrido a lo largo de la historia, solo que con protagonistas diferentes? La historia se repite: primero como tragedia y después como farsa, decía Karl Marx. Y es verdad. Alguien que acudiera a misa en el siglo xiii para escuchar la homilía del párroco, no se diferencia en nada de quien se conecta aYouTube para ver el último vídeo del famoso de turno, al menos en esencia. El problema no son tanto las nuevas tecnologías como que el ser humano tiende (y lo ha hecho a lo largo de la historia) a no tomar el control de su propio destino y depositar su ser en un ente externo, llámese Dios, rey, dinero oTwitter. ¿Y por qué sucede esto? Por evasión y miedo. Evasión ante una realidad insatisfac- toria y miedo a la posibilidad de enfrentarse a ella para cambiarla. Cabe señalar que la conexión y el contacto a través de las nuevas tecnologías liberan en nuestro cere- bro una sustancia llamada dopamina, casualmente, la misma que se libera cuando se consume tabaco, alcohol o se participa en un juego de azar. Miren por donde, estamos ante una droga.Toda nuestra sociedad está drogada. Pero es que es normal: es normal que, en una sociedad marcada por la injusticia, la explotación laboral y el continuo recorte de derechos y libertades a las personas, la gente, temerosa de actuar ante el temor inyectado por la superestructura ideológica, prefiera drogarse que combatir. Y han escogido una droga acorde con el modelo de hombre masa (citando a Ortega), pre- dominante en la actualidad, aquella persona socialmente reconocida, aceptada por sus iguales e, incluso, alabada.Y los me gusta , retweets o el número de grupos en los que está incluido enWhatsApp se convierten en una forma de medir cómo de humano es, pues el triunfo como persona se valora a base de reconocimiento social. Esto resulta una concepción nefasta del ser humano, pues se rechazan otras muchas cualidades que para nada tienen que ver con encajar o no en la sociedad actual. Eres humano si sigues el juego marcado.Adiós a la diversidad y a la cooperación humana en un mundo dominado por drogadictos que habitan en el artificio de «un clic = un mérito». Y ante este siniestro panorama que se nos dibuja, solo nos queda preguntarnos qué hacer. Y para ello es necesario tener una premisa bien clara: las nuevas tecnologías están al servicio de la humanidad, y no la humanidad al servicio de las nuevas tecnolo- gías. Soplan vientos de cambio en nuestro mundo, y las nuevas tecnologías deben for- mar parte de ese cambio, ya que no debemos desprendernos de todas las ventajas que nos han aportado. Pero hemos de tener en cuenta, a la hora de avanzar, que lo primero

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