Olimpiadas filosóficas

61 Además, se dota a los robots de apariencia humanoide, buscando una proximidad con nuestra especie. Sin embargo, como reflejan las artes, que plasman las cuestiones planteadas por la humanidad, surgen dudas acerca de si podrán considerarse perso- nas o no (reflejadas en filmes como Yo robot o Blade Runner ). El supremo valor que se concede actualmente a las ciencias cuantitativas, a diferencia de otras disciplinas, como la lingüística o la filosófica, impide que las máquinas puedan adquirir autocon- ciencia, ya que cuentan con una lógica matemática, pero carecen de facultades lin- güísticas. De este modo, pueden resolver ecuaciones, pero no son conscientes de su propia existencia. Así, la falta de la capacidad simbólica del ser humano, junto con la de autoconciencia, no permiten que adquieran el estatus de persona. A su vez, esto afecta a nuestra valoración de las máquinas, incapaces de llevar a cabo una reflexión o mantener una conversación de manera espontánea, que no se base en patrones preestablecidos. Este hecho es una prueba del cientificismo actual. Así pues, para que los robots pudiesen llegar a ser considerados personas, resultaría imprescindible dotarlos de facultades lingüísticas. Esto les permitiría tomar concien- cia de su propia existencia como individuos, a diferencia de la situación actual, en la que los mensajes de las máquinas han sido introducidos previamente por personas. De esta manera, podrían aprender a comunicarse igual que los niños, mediante la in- teracción con otros seres humanos. A su vez, les abriría una puerta al mundo de los sentimientos, y, además, a la reflexión. Para llevar a cabo este proceso, no solo deberían intervenir científicos, profesionales del ámbito de las ciencias cuantitativas, sino también de las lingüísticas, antropólogos, expertos en filosofía y pedagogos. Este argumento podría refutarse afirmando que, si es el ser humano el que dota de facultades lingüísticas a los robots, no resultarían di- ferentes de la lógica matemática que ha introducido en las máquinas. Sin embargo, en este proceso, se les concederían las capacidades necesarias para aprender un lengua- je, no una lengua en sí, que debería ser aprendido mediante la comunicación humana, imprimiendo en las máquinas la huella de la acción cultural, que las humanizaría , pues la cultura es uno de los rasgos que caracterizan a la especie humana frente a otras. Un estudio publicado recientemente en la revista Science recoge un gran avance en términos de asimilación cultural por parte de las máquinas. En el proyecto −en el que destacan aportaciones de figuras como Joanna Bryson− se descubrió que, mediante el aprendizaje automático, las máquinas adquirían rasgos de la cultura humana con la que interactuaban. Así, estas asociaban los nombres femeninos a las tareas do- mésticas y los masculinos, al ámbito profesional. Además, una de las investigadoras principales, Aylin Caliskan, de origen turco, afirmaba que, al traducir de su idioma, que carece de género gramatical, una de las máquinas componía frases como «Ella es enfermera» y «Él es doctor». A su vez, los dispositivos electrónicos asociaban los nombres americanos de origen europeo a connotaciones positivas en mayor medida que los afroamericanos. Estas conclusiones del proyecto de la Universidad de Prin- ceton adelantan una posible evolución de las máquinas, en la que podrían llegar a ser consideradas humanas, ya que, pese a que los resultados sexistas y racistas resulten desalentadores, al menos reflejan en parte nuestra cultura y, consecuentemente, prue- ban que la acción cultural ya está presente en las máquinas. La consecución de la autoconciencia digital resultaría no solo un triunfo a nivel cientí- fico, sino también universal, pues supondría el dominio total de la naturaleza, ya que la dependencia de cuerpos biológicos representa el mayor obstáculo para la humanidad: la muerte, que intentan evitar los avances científicos que aumentan nuestra esperanza

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