Olimpiadas filosóficas

63 e indivisible. El alma no está formada por piezas, solo hay un alma. Por otro lado, y en contra de las religiones teístas, la ciencia actual —cabe destacar este último adjetivo, pues este razonamiento puede cambiar en un futuro no muy lejano— aboga por el con- cepto de mente . Lo que define a los humanos es la mente. No es una entidad conectada desde un cuarto mundo; es un conjunto de sensaciones y pensamientos divisibles. Permitidme ser alarmista con el siguiente planteamiento hipotético: cuando estamos a punto de aterrizar, entre un mar de nubes, diviso por la ventana el cuerpo sólido de una torre a pocos metros del ala del avión. Noto un pinchazo y empiezo a sudar después de, naturalmente, quedarme en un estado de shock . Mis músculos se tensan. ¿Qué ha pasado? ¿El ala tocará la torre y llegará el caos? El complejo sistema ocular con el que voy equipado ha enviado una señal a mi cerebro, en cuestión de segundos. Las neuro- nas lo han procesado y han enviado una señal a las glándulas de la adrenalina y a mi tejido muscular. Nuestro cuerpo es, al fin y al cabo, un complejo programa. Somos una línea de algoritmos que se suceden según un orden. Entonces, ¿qué nos diferencia de una máquina? Descartes contestaría afirmando que las personas tenemos sentimientos y anhelos. Un ordenador está programado para ha- cer equis; un humano siente algo en medio de la sucesión de algoritmos; entiéndanse como las reacciones bioquímicas de nuestro cerebro, formado por más de 80 000 millo- nes de neuronas. ¿Y un animal? Según el filósofo francés, los animales no entrarían en esta categoría: no son conscientes. Si tienen hambre, comerán; pero la sensación de hambre no deja de ser un instinto natural para sobrevivir. Si un perro no sintiera ham- bre, no comería y moriría. Pero los perros tienen hambre, comen y se reproducen, con lo que sus genes, y la sensación de hambre, pasarían a las siguientes generaciones. Las azafatas nos ofrecen comida. Siempre me he preguntado, al pensar en la comida aeroespacial, cuándo llegará el día en que, con una pastilla, con una simple cápsula, podremos alimentarnos para el resto del día, o de la semana. Dejando de lado la cara comida del avión, plantéense ahora esta idea: una cápsula con la que poder modificar nuestras sensaciones y sentimientos. Ahora nos definimos como un cúmulo de sen- timientos y sensaciones, eso es lo que nos hace diferentes. Pero ¿y si con una simple sustancia pudiéramos ser felices toda la vida? Aparentemente, las drogas insinúan esta idea. Se toman drogas para desconectarse del mundo, para ver cosas nuevas, para esconder momentáneamente un problema. Los humanos somos seres con senti- mientos fuertes y efímeros, aunque aspiramos a la felicidad a largo plazo. Comemos, hacemos el amor o dormimos porque, al igual que los animales, tenemos motivacio- nes naturales de supervivencia.Tenemos sentimientos y necesidades. Dejar un robot trabajando todo el día está moralmente aceptado, no sentirá nada cuando se quede sin energía. Un humano sí, y nos estremece pensarlo. Así, pues, ¿cómo de diferentes seríamos si pudiéramos controlar lo que sentimos? Aludiendo al caso de la moralidad de las máquinas trabajando sin parar, me imagino un futuro en el que el avión en el que viajo esté vacío en su parte delantera, sin pilotos. O quizá no.Tal vez, a causa de nuestra inseguridad ante los fríos números de proba- bilidad −aunque es más probable tener un accidente contigo al volante que con un coche autónomo− habría un piloto supervisando.Y, tal vez, este piloto esté conectado telepáticamente con diez, veinte, cien aviones más. El piloto será una mente conecta- da a diferentes cuerpos de metal a la vez. ¿Por qué seguir con nuestros brazos si los de metal son más resistentes? La tecnología cambiará nuestro metabolismo y aspec- to físico. Hasta ahora el Homo sapiens ha desarrollado herramientas para mejorar su

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