Olimpiadas filosóficas

64 vida; ahora el Homo sapiens −¿quién sabe cómo nos llamaremos, Homo ciborg? − será la herramienta, al igual que en la conocida película Blade Runner. Sentado en el asiento 4B, busco el móvil entre todo lo que mi mochila contiene. Sin duda, mi cerebro no es ordenado y cuadriculado como el del Homo ciborg. A mí no me moldearon genéticamente, la aleatoriedad de la naturaleza me dio este don : el de per- der cosas. En el móvil busco artículos que ha guardado; no hay conexión a internet en estas alturas. Encuentro uno sobre el Parlamento Europeo. La noticia explica las leyes aprobadas respecto a los robots: no se podrán crear lazos sentimentales con el usua- rio; los robots deberán pagar impuestos...Vaya, sí que se estrecha la línea que separa la identidad de los robots y la de los humanos. Detrás de la tecnología se esconden estructuras de poder. Cuando aterrice y me conecte a internet, Google sabrá que estoy en Murcia. Además, sabrá que mis padres se han interesado por mi vuelo. Google −o tal vez debería decir san Google − es el dueño de nuestra información, la cual estamos regalando. Pronto los e-books tendrán cámaras incorporadas que sabrán cómo nos sentimos cuando leemos el libro y nos personalizarán las sugerencias. Los coches tendrán sensores que no dejarán conducir si notan tensión o nervios. En la orwelliana 1984, la sociedad se rige por las directrices autoritarias del Gran Her- mano. En 2017, las personas están aún más controladas por el Gran Hermano, Google, al que, igual que en la distopía, nadie ha elegido democráticamente. Somos números ante sus ojos, somos ceros y unos. Sabe más de mí que mi propia madre. Si me siento mal, buscaré en google los síntomas de enfermedades; si me escapo de casa, google registrará mi ubicación.Y, si a todo esto le añades las tecnologías que están por llegar, como el llamado «Photoshop de la voz» que presentóAdobe recientemente −y que per- mite simular cualquier voz con solo escucharla un minuto−, perderemos nuestra iden- tidad. Seremos, de nuevo, números. La pregunta que nos tendremos que hacer será: «¿Eres tú, Miguel, o eres un robot?». No podremos dar respuesta. Veo ahora, al bajar del avión, cabezas y cabezas desconocidas. Unos hablan por teléfo- no, otros caminan solitariamente.Todos tan diferentes, todos tan humanos. Al menos aún sé que los que me rodean todavía no son robots. Lucho Suaya INS Poeta Maragall, Barcelona, Cataluña Tiempo hace desde que corrió, en un antepasado del humano, la primera neurona que hizo descubrir una habilidad que nadie ni nada más tenía. Aquel momento marcó un punto de inflexión en la historia de la humanidad; hablo del uso del pulgar. Fue enton- ces cuando dicho antepasado descubrió que, simplemente gracias a ese dedo, podía crear herramientas. Estas herramientas facilitaron o posibilitaron muchas de las ar- duas tareas u objetivos del ser humano. Un ejemplo de ello es la conjunción, mediante una cuerda, de un palo y una piedra para poder protegerse o cazar de una manera más rápida y eficiente. Este fue el origen de la tecnología como hoy se conoce, que nos ha acompañado desde entonces y ha hecho que hoy veamos como cotidianas ciertas cosas que antes se veían como imposibles. Fijémonos, si no, en el cielo cerca de un aeropuerto y reflexionemos acerca de cómo las turbinas (una máquina térmica) han

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