Olimpiadas filosóficas

88 Andrea Hernández Pérez IES Juan GarcíaValdemora, El Casar, Castilla-La Mancha Para empezar, tenemos que tener en cuenta que sustancias como estas ya existen en la actualidad, tan solo hay que observar las pastillas hormonales que incrementan la libido. Si bien este es un ámbito tan solo sexual, nos ofrece una base para tratar el dilema. Obviamente, que se hayan descubierto estos productos significa un avance para la humanidad, pues entendemos cómo funcionan las hormonas; si consiguiésemos ha- llar los fármacos del amor, supondría un avance en psicología y biología. Sin embargo, ahora es cuando debemos diferenciar entre avance y algo comercial. Para un uso de ámbito científico, estos fármacos son algo magnífico, pero ¿qué conseguiríamos co- mercializándolos? Suponiendo que fueran un éxito y que todo el mundo los comprase, vemos en ello una gran fuente de dinero. ¿Supondría esto paz y amor mundiales? Si todos están enamo- rados de quien quieren (tú eliges a quién amar con estos productos), ¿todo el mun- do sería feliz? Discrepo, pues el concepto de amor es tan amplio y ambiguo que no arreglaría nada en la sociedad. Hay que pensar en todas las manifestaciones de amor posibles −no todos lo manifestamos de la misma manera− y si realmente este existe o es como creemos. Además, alguien que se enamore por este método es consciente de ello, sabe que tal vez no estaría con esa persona si no fuese por los fármacos, ¿queremos un amor así? Aunque puede ser una bonita fantasía que quizá pueda hacer más feliz nuestra rea- lidad, debemos llevar el dilema al ámbito ético; si la gente hiciera un mal uso de es- tos productos podemos imaginar todo tipo de cosas inmorales, desde bullying hasta secuestros. Por otro lado, en su buen uso podríamos sentir un sentimiento con más fuerza y controlarlo, ser dueños de nuestro ser gracias a una pastilla. La cuestión es si realmente queremos ser controlados con algo tan impredecible como lo son los sentimientos. Pero ¿el amor es un sentimiento? De un modo muy primitivo, el amor viene de una de nuestras tres funciones vitales: la reproducción. Nos enamo- ramos de aquel o aquella que creemos que será un buen progenitor, con un buenADN, pues tiene buenas cualidades físicas o adaptativas (inteligencia). De esta manera lle- gamos a la sexualidad y, por ende, a lo primeramente ya dicho: en la actualidad ya hay productos para estimular la libido. Incluso, si miramos a la Antigüedad, todo tipo de culturas, desde la griega a la japonesa, divagan sobre alimentos a los que denominan afrodisíacos. Luego, ¿no hemos buscado siempre la satisfacción carnal? Si tratamos el amor como sentimiento, podemos ver en todo tipo de películas, libros, etc., que el amor verdadero triunfa por encima de todo. Aunque este modo de amar no sea el único (tal vez no deba haber un compromiso entre amantes, tal vez no haya que negarse al poliamor), es el más reconocido por la sociedad y, por esto, quizá los fárma- cos ayudarían de manera considerable. En el caso de que se prohibieran, seguiríamos el cauce de la naturaleza y no jugaríamos a ser Dios. Mi respuesta al dilema es la prohibición de los fármacos del amor , por todas las conse- cuencias que traerían su legalización: • En primer lugar, crearíamos una distopía (o puede que un caos) en la que si, me- diante drogas, ya pueden controlar contra nuestra voluntad uno de nuestros senti-

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