Olimpiadas filosóficas

91 cualquier otra manipulación por parte de otra persona. De no ser esto así, deberíamos replantearnos nuestra definición de persona, ya que este dilema afecta directamente a las cualidades que nos diferencian del resto de animales y, por lo tanto, nos convierten en lo que somos.Afecta a dos de los conceptos que hacen posible esta diferenciación: la sociedad (somos animales sociales) y las emociones y sentimientos (somos anima- les emotivos). En mi opinión, debería prohibirse la fabricación y la utilización de los fármacos, principalmente por lo que he escrito anteriormente: va en contra de dos de las po- cas cualidades intrínsecas del ser humano que nos diferencian del resto de los animales. Estas características, hasta el momento, en la mayoría de los casos han venido dadas por nuestra propia forma de ser, es decir, de manera espontánea y sin estar influenciadas por agentes exteriores. Por lo que yo creo que el uso de estos medicamentos acabaría totalmente con la concepción que nosotros podemos te- ner actualmente del amor y, por extensión, del resto de sentimientos. ¿Quién nos asegura a nosotros que la sintetización de estas hormonas no se puede realizar de igual manera con el odio e introducirse en una comunidad de personas para que odien de manera irracional a otro grupo? Otra de las razones por la que los fármacos no deberían estar permitidos es por la pérdida de libertad que sufriríamos a la hora de elegir compañeros sentimentales. Re- sultaría fácil que una persona engañase a otra, anulando su capacidad de elegir libre- mente con quién quiere compartir su tiempo. Yo creo, salvando las diferencias, que este caso podría asemejarse al de la burundanga, la droga que se usa para anular la voluntad a las personas y que, en la mayoría de los casos, sirve para cometer graves delitos, como violaciones. El uso negligente de los fármacos del amor tendría un efecto parecido. Quitarle a una persona la capacidad de elección de algo tan importante sería una vul- neración bastante grave de sus derechos, y atacaría directamente su dignidad huma- na. Aun con la posibilidad de que la ingesta se hiciese de forma voluntaria, traería problemas, ya que los seres humanos no tenemos, como característica global a toda la humanidad, la necesidad de compartir nuestros momentos siempre con las mismas personas. Y existe el riesgo de que estos fármacos causen enamoramiento vitalicio, privándonos de la posibilidad de estar con distintas personas a lo largo de diferentes etapas. Como es evidente, la legalización de los fármacos del amor nos situaría en la tesitura de replantearnos la idea que ahora mismo tenemos respecto a las relaciones amorosas entre seres humanos. En nuestra cultura occidental o, mejor dicho, en nuestra socie- dad, la mayoría de las relaciones de pareja se producen por un enamoramiento espon- táneo de dos individuos que se atraen entre sí, sin agentes externos que intervengan en la aparición de este nuevo sentimiento. Los fármacos del amor podrían cambiar ra- dicalmente esta concepción, puesto que esa es la finalidad con la que se han creado: originar o forzar un enamoramiento de alguien que no surge por sí solo. Porque si esto no fuese así, ¿para qué se habrían creado los fármacos? Otra de las situaciones problemáticas causadas por los medicamentos, como bien se plantea en el dilema, sería la posible atracción, provocada por un mal uso, hacia una persona que no conocemos y que no nos conoce, lo que generaría una situación de considerable gravedad, por el hecho de llegar a estar enamorados irracionalmente de una persona con la que, evidentemente, no se quería mantener relación.

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