Guía emocreativa para la vuelta al cole desde el corazón

30 El amor de buena voluntad es un amar desde el “deber ser”, cargado de apariencia, complacencia y agrado al otro. También es un “querer amar”, con un sentido de intención y voluntarismo. Y establece como condición la reciprocidad, por eso es deficitario y desemboca en el desamor. Porque cuando mi alumno/a “dice” que no me quiere ¿cómo voy yo a quererlo? Entrecomillo “dice” porque, como nos recuerda el Principito, el desencuentro amoroso con su rosa se alimentó de su incompetencia para no saber resolver la adivinanza de su relación: “¡No supe entonces entender nada! Debería haberla juzgado por los actos y no por las palabras” [...] “Debería haber adivinado su ternura detrás de sus pobres artimañas”. Por su parte, el amor educativo implica conectar emocionalmente con nuestros/as alumnos/as y saber hacerlo desde una perspectiva docente para favorecer el aprendizaje y su desarrollo personal. Asumiendo que nadie obliga a amar al maestro/a, como tampoco este requiere de su alumnado que le devuelva ese amor. A mi alumnado de Magisterio, cuando le explico el concepto de amor educativo, les provoco con la afirmación: yo les quiero (imaginagínate las caras del alumnado universitario cuando su profesor de psicología les hace esta declaración de amor). Pero les aclaro que mi afecto hacia ellos/as no requiere devolución porque no necesito de él para ser su profesor. Les advierto que con el cariño de mis seres queridos tengo más que suficiente para sentirme “gordo de amor”. La finalidad de mi quererlos/as es fundamentalmente formativa. Mi amor hacia ellos/as es el principal recurso que tengo para trasmitirles la esencia de lo que para mí significa “bien educar” y el mejor modo para dar ejemplo del tipo de maestro/a que defino como “pasional”. Este “saber hacer docente” se concreta en una serie de competencias consistentes en saber: • comunicarnos afectivamente, • conectar con lo que siente el otro • y comprometernos emocionalmente con nuestro alumnado. Y para ello disponemos de una herramienta muy potente para fabricar lazos afectivos: la comunicación. Los estudios nos señalan que gran parte de lo que hablamos transporta información emocional y generalmente se transmite de manera implícita a través de la prosodia, es decir, los gestos, el tono de voz y el ritmo del habla. Por ello podemos aprovecharnos de esta capacidad de expresarnos en claves emocionales para conectar afectivamente con el otro, sobre todo cuando éste por su vulnerabilidad lo necesita. De tal modo que si ahora por las restricciones que impone la prevención del contagio no podemos abrazar con nuestro cuerpo, sí podemos hacerlo con el lenguaje. En Centroamérica se utiliza el término “apapachar” para expresar un sentido más profundo de ese gesto amistoso de dar un abrazo. Su origen etimológico es “ablandar con los dedos” a la vez que “dar cariño”. En Canarias tenemos

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