5 El Emi-dee-lema En la ciudad de Matriz, capital de España, todo el mundo parece llevar una vida fantástica. Es, de hecho, la urbe mejor valorada en el ranking europeo de la aplicación SociaLife. Todas las ciudades compiten para ganarse las valoraciones tanto de sus habitantes como de los turistas, que cada vez son más numerosos. Subir posiciones en ese ranking se ha convertido casi en una obsesión para los partidos políticos que se disputan las elecciones en los últimos años. Camilla, sin embargo, cree que Matriz no se merece esa posición. Quizá ninguna ciudad se la merezca. O quizá ella misma no se la merezca. Odia profundamente todo lo que envuelve a SociaLife. La supuesta felicidad, el postureo que no lleva a ninguna parte y, sobre todo, el mero hecho de que todo el mundo parezca ser 11
6 perfecto y tener una vida perfecta... Todos menos ella. Cada día, en cuanto vuelve a casa y la puerta se cierra tras de sí con un zumbido metálico, sus padres ya le están gritando desde la cocina: —¡Camilla, ven aquí! Llegas justo a tiempo de ver a tu prima —chilla la voz emocionada de su madre. Camilla resopla. Lo que menos quiere en esos momentos es ver a su prima en internet haciendo algo maravilloso que sus padres aplaudirán hasta casi quedarse sin manos. Otra vez. Pero sabe que el tono de voz de su madre no deja lugar a discusiones, así que se resigna a arrastrar los pies hasta la cocina. Sus padres la están esperando en la mesa central, de un azul perfecto (ese azul que envuelve toda su casa desde la última reforma, que obliga a todos los barrios a elegir un color distintivo para «fomentar la sensación de unidad»). Están encaramados sobre la pantalla integrada en la mesa, de la que sale la imagen holográfica de una chica con una guitarra. —¿Se ha pasado a la guitarra tradicional? —pregunta Camilla mientras se coloca al lado de sus padres—. ¿Siguen fabricando esos modelos?
7 —Al parecer, para ella sí. Ha sido un regalo de la Academia de la Música Digital. —Sonríe su madre—. Y el concierto es un homenaje que les hace a cambio. Está teniendo un éxito impresionante online. Más de dos billones de espectadores ahora mismo. Camilla trata de no poner los ojos en blanco. Dos billones de espectadores, por supuesto que sí. Imposible que fuera de otra manera. Desde que su prima Emilia fue descubierta en un programa de talentos a nivel europeo, hace ya dos años, no hay nada que haga que no parezca estar bendecido por alguna especie de diablillo de la buena suerte. Y sus padres no hablan de otra cosa. De todo lo bueno de Emilia (ahora llamada «Emi-dee» por sus fans), de todo el éxito que cosecha y del dinero que está ganando con ello. Y Camilla sabe que lo que siente es envidia. Lo sabe perfectamente. Envidia por su magnífica voz, por supuesto, pero también por su aspecto. Emilia es todo lo contrario a ella. Cumple a la perfección los estereotipos de belleza tan de moda en ese momento: un ojo verde y otro azul (la heterocromía es lo más desde que aquella actriz se volvió tan famo-
8 sa, y hay mucha gente haciéndose operaciones estéticas solo para imitar esto), el pelo rizado y muy corto (y la cara ideal para que le quede bien, porque a Camilla solo podría hacerla parecer un kiwi), y los labios muy carnosos (tanto que en internet dudan que sean naturales, aunque ellos, que la conocen desde siempre, saben que, en efecto, lo son). Y esto solo fijándose en la cara..., porque su cuerpo también es perfecto. Vientre plano y con abdominales marcados, brazos tonificados y bastante musculosos. Una silueta perfecta de deportista. Mientras que Camilla…, bueno. Camilla nunca se ha gustado. Y ahora aún menos. Pensó que, al desarrollarse, todo cambiaría, pero la pubertad solo ha servido para hacer más anchas sus caderas y, desde luego, no para que sus pechos aumenten de tamaño. Hasta los veinte no les está permitido acceder a las operaciones estéticas. Todas las personas, en cuanto cumplen esa edad, se lanzan de lleno en el saco del retoque, como si fuera la única opción en ese mundo. Probablemente lo sea, de hecho. Vuelve su mirada al holograma de Emilia y, sin querer, se deja llevar por su melodiosa voz.
9 Recuerda aquella canción de hace tres años, cuando aún eran amigas. O, mejor dicho, cuando aún podían ser amigas, porque no es que su prima no haya hecho esfuerzos por contactar con ella, solo que estar todo el día de gira no les da precisamente la oportunidad de quedar. Y, mientras no la ve, le resulta mucho más fácil odiarla. «Tampoco la odias», se dice a sí misma. «Solo le tienes bastante rencor». —¿No es genial? Vamos a enviarle un mensaje a tu hermano, cariño —dice el padre de Camilla a su mujer—. Jennifer, escribe a Neferet: «Estamos viendo a tu niña y nos sentimos muy orgullosos de ella. Dale besos de nuestra parte». Jennifer, el ordenador personal equipado en la casa que su padre ha nombrado como Jennifer Lawrence, una actriz de los tiempos de su abuelo a la que él adora, proyecta el mensaje en un holograma justo enfrente de la cara del hombre, quien da el visto bueno con un asentimiento de la cabeza. El mensaje se envía generando un ligero zumbido y el holograma desaparece. Mientras tanto, Emilia ha dejado de cantar y sobrevienen los aplausos virtuales de billones de
10 espectadores. El número ha ascendido rápidamente a tres billones. La actuación termina y el holograma desaparece de manera automática. Solo entonces, los padres de Camilla levantan la vista de la pantalla y miran a su hija. —¿Qué tal ha ido el instituto, cariño? —pregunta su madre, alzando la mano para acariciarla con ternura. Camilla se encoge de hombros y, al hacerlo, la tira de la mochila se desprende ligeramente. La ajusta de manera automática mientras piensa que es un fastidio tener que llevar algo así solo para acarrear el pequeño portátil de la escuela y los útiles de Escritura Tradicional. Escritura Tradicional es una asignatura obligatoria en todos los colegios e institutos, sobre la cual se debate mucho en el Congreso de los Diputados, y que consiste en media hora diaria de redacción a mano, con el mero pretexto de que los jóvenes no olviden esta técnica que estuvo instaurada tantos años y que, según muchos (los de más edad), sería una catástrofe mundial perder. —Ni bien ni mal. Mañana tenemos que escoger a la persona delegada, y se van a repartir las diferentes convenciones.
11 —Oh, ¿tan pronto? —Se sorprende su padre—. ¿Y ya has escogido tus prioridades? Camilla se pone roja como un tomate, y por un segundo se siente tentada a no responder, pero sabe que no podrá escaquearse de dar una respuesta. Si sus padres destacan en algo es en que son muy insistentes. —Las teníamos que entregar hoy. He puesto Filología Tecnológica como primera opción —reconoce con un hilo de voz—. Después Matemática Avanzada y, como había que señalar tres, Composición Técnica, aunque no sabemos muy bien a qué se refieren porque es una asignatura nueva. —¡Matemática Avanzada! —Se sorprende de nuevo su padre—. ¿Estás segura? ¿No quieres hacer algo más… creativo? Desde que internet se había convertido en la principal fuente de ingresos, y sobre todo en la principal razón de la creación de nuevos millonarios, todos los padres tienen la misma perorata con sus hijos. Camilla lo sabe porque Borry y Tom, sus dos mejores amigos, le han confirmado que sufren las mismas presiones que ella. Todos quieren que sus hijos acaben teniendo un gran
12 talento oculto (como Emilia), que lo descubran en la escuela (como Emilia), acaben viviendo una gran vida (como Emilia) y ganando mucho dinero (como Emilia). Es un hecho que los padres de Emilia ya no tendrán que trabajar nunca más, y ella podría dejarlo todo en cualquier momento. —No soy creativa, papá —protesta, por enésima vez, notando cómo la rabia le sube por el estómago—. Ya lo sabes. Si quieres que me parezca a Emilia, págame una cirugía para que me copien su estúpida cara. Dicho esto, y sin poder evitarlo, se marcha de allí dejando a sus padres con la boca abierta ante una reacción que su hija adolescente nunca había tenido. Una vez en su cuarto, pulsa la superficie de la puerta con el dedo corazón, generando una luz blanca que se extiende por el metal azul hasta convertirse en las letras «Puerta bloqueada». Sabe que sus padres podrían entrar sin problema. El filtro de bloqueo de las casas tiene control parental y no les impide nada a ellos, pero es más bien un gesto simbólico para que la dejen en paz. Espera que la
13 entiendan, al menos lo suficiente para respetar su espacio. Se sienta al escritorio, deja el abrigo térmico y la mochila tirados encima de la cama, y enciende el ordenador. Lo primero que se abre es, de manera automática, la aplicación de SociaLife. Es una especie de complemento imprescindible para todo el mundo, y los ordenadores vienen ya incluso programados para abrirla nada más encenderse. El hilo de su curso, segundo de Educación Secundaria Final (con el nuevo cambio de ley, cada vez los nombres tienen menos sentido), es el primero que aparece en su línea de noticias, lleno de fotos, momentos y comentarios de sus compañeros. Poner una publicación sería lo lógico en aquel momento, ya que lleva un buen rato sin actualizar su perfil y a este paso será una paria social en menos que canta un gallo. Se muerde el labio intentando pensar qué escribir que a alguien le pueda parecer interesante. En el grupo privado que tiene con Borry y Tom, suben fotos absurdas y ridículas (su gran especialidad), pero en el hilo del curso quiere dar una imagen de sofisticación. Sobre todo, por Anna. Su Anna.
14 Se permite un suspiro al pensar en sus rizos negros cayendo sobre la profundidad de sus ojos. Es la chica más amable que conoce, y también la más lista. Otra que, como ella, no tira por el camino de la creatividad, sino por el científico, mucho menos valorado en su tiempo y, principalmente, a su edad. Pero desde luego que no tiene ningún tipo de posibilidad con ella a menos que dé un buen perfil en SociaLife. Por suerte, el sistema de valoraciones no ha llegado a entrar en vigor. Hacía unos meses, se había anunciado una actualización con un sistema de puntos que te permitiría valorar a los usuarios, además de los restaurantes, sitios de entretenimiento y las ciudades, pero el gobierno decidió parar esa iniciativa bajo el pretexto de que eso volvería locas a algunas personas. Y cuánta razón tenía, o eso piensa Camilla. A ella ya le importa demasiado lo que piensen de lo que sube en redes sociales como para que, además de los corazoncitos que podían ponerles a sus publicaciones, tuviera que preocuparse también por algún otro tipo de valoración. «Y, si te tocara valorarte a ti misma, ¿qué puntuación te pondrías?», se pregunta mientras
15 observa la última publicación de Anna en el hilo del curso, donde sale ella sonriente, su holograma lanzando un beso a la vez que guiña un ojo de forma coqueta. Está a punto de imprimirlo, pero deduce que tendría que darles demasiadas explicaciones a sus padres. El caso es que, si tuviera que hacerse una valoración…, probablemente fuera un desastre. Si hay una persona en ese mundo que no se quiere, esa es Camilla. Desde que tiene memoria. Y aún menos desde todo el efecto «Emi-dee». Ella es todo lo contrario a lo exitoso, a lo que la gente desea. Su pelo es de color muy claro, casi blanco, consecuencia de una mezcla de genes cada vez más rubios en su familia. Los ojos, obviamente del mismo color y sin ninguna heterocromía llamativa, son marrones y grandes. La boca, en cambio, es bastante fina, tanto que a veces cuando se pone pintalabios ni siquiera se nota. Es bajita, y el deporte es algo que siempre se le ha resistido, así que no tiene ni mucho menos una complexión atlética. Pero tampoco es curvy, porque las únicas curvas de las que consta son las de su cadera, y no destaca por tener ni pecho ni culo.
16 Se siente como una pantalla plana de las antiguas en un mundo de hologramas. El ordenador emite un zumbido y el hilo con Borry y Tom se abre ante su cara. Una foto de Tom y sus cuatro gatos, todos tumbados en su cama, la hace sonreír. Tom está obsesionado con sus gatos y ese puede que sea el atributo más encantador que tiene. Ellos, como grupo de amigos, se consideran una suerte de marginados. Aunque las políticas sociales en los institutos han avanzado mucho en los últimos años y no hay nadie a quien se le permita quedarse atrás, ellos nunca han querido hacer lo que todos desean tanto. No quieren ir a las tiendas de realidad virtual a pasar la tarde de los viernes, y son los únicos «raritos» que aún siguen buscando por las librerías vintage los libros en papel. Quedan relativamente pocos ejemplares en el mundo desde que el boom del libro electrónico pasó de ser un boom a un «catapum» e hizo desaparecer el papel. De vez en cuando se vende la versión impresa de alguna obra clásica para los nostálgicos, pero nadie dispone de espacio en su casa o en su vida para un libro que solo tiene una historia.
17 «Pero nosotros solo tenemos una historia», se dicen entre ellos. «Somos como los libros antiguos». Responde a la foto de Tom con una instantánea que su ordenador toma en el momento, poniendo los ojos en blanco y añadiendo un pie de foto: «Tom, la loca de los gatos». Borry se ríe virtualmente de los dos, pero no añade ninguna foto por el momento. Camilla supone que esperará a tener algo realmente importante que mandarles, o algo muy gracioso, como hace siempre. Suspira y se levanta de la silla, dirigiéndose al armario. El gran espejo que ocupa toda la puerta del mismo le devuelve un reflejo cansado. No sabe de dónde salen aquellas ojeras que tiene siempre, como si se pasara la noche en vela cuando realmente duerme casi nueve horas de media. Instintivamente, se lleva las manos a la cara e intenta aplastarlas, como si eso fuera a servir de algo. Luego su mirada baja, sin poder evitarlo, a su cuerpo. Desconoce en qué momento decidió que aquella estúpida moda de los pantalones holográficos brillantes era para ella, porque desde luego no le quedan nada bien. Se pasa la palma de las manos por el jersey negro, aplanándolo, y se da
18 con la barriga, y sigue la curva pegando la tela a su cuerpo. Resopla. Intenta meter tripa, pero lo único que consigue es que las costillas salgan más y su cuerpo se deforme. Suelta el aire de golpe, con casi un gemido. Hasta hace relativamente poco, su aspecto nunca había sido nada que le preocupara en absoluto. Pero, desde que conoció a Anna en clase y ella entró en su vida con aquella sonrisa que lo ilumina todo, se sorprendió a sí misma mirándola y se dio cuenta de que le gustaba mucho. Su cuerpo, sus gestos, todo lo que ella refleja. A partir de ese momento, su propia autoestima había caído en picado y sin paracaídas. Se había estampado contra una roca, aplastada, y ya no había quien recogiera los pedazos. Lo había intentado todo, como apuntarse al gimnasio de su urbanización (desde la última Ley de Actividad Física, todas las urbanizaciones cuentan con un gimnasio gratuito para sus habitantes, que suele estar bastante lleno), pero cada vez que iba sentía como que no encajaba allí. Parecía que todo el mundo la miraba y la observaba con ojos acusadores.
19 «¿Qué pretendes intentando hacer eso? ¡Si no te sale!». «Mira a esa gordita que quiere correr… Pobrecilla». Esas palabras le llenaban la cabeza, y se imaginaba a sus propios vecinos pronunciándolas tan fuerte que un día acabó por rendirse. Y, desde entonces, todo son lamentaciones. Le da una sensación como de que su cuerpo estuviera mal hecho, sin acabar. Como si en el útero de su madre las células que se suponían que iban a hacerla una chica atractiva se hubieran dormido por el camino. Le daban ganas a veces hasta de recriminárselo a su progenitora. «Debiste haber comido diferente en el embarazo», piensa justo antes de darse cuenta de la tremenda tontería que se le acaba de ocurrir. «O modificar mis genes, como hace todo el mundo». Resoplando, se da la vuelta y se deja caer en la cama, rebotando un par de veces por el impulso. Mira al frente y dice en voz alta: —Jennifer, pantalla principal. Una pantalla se proyecta justo enfrente de ella, a la distancia prudencial establecida para los hologramas. Se vuelve a abrir SociaLife, y con
20 ella otra foto de Anna que le gustaría enmarcar y colgar de la pared para poder admirarla siempre. Está con unos amigos tomando un café en uno de esos sitios en los que imprimen tu foto en la nata. Sonríe al lado de su doble de nata y es la persona más adorable del mundo. Le da al corazón, que brilla encima de la foto, pulsando dos veces con el dedo encima de su propio muslo. —Canal de entretenimiento —murmura, lo suficientemente alto como para que el reconocimiento vocal de Jennifer pueda captarlo. Se abre una nueva página con una saturación increíble de vídeos, basados en todos los que ya ha visto anteriormente. Antes de poder visualizar el último vídeo de su personaje cómico favorito (que promete hacer un experimento social gracioso en el centro de Matriz), se abre un anuncio, como siempre. «Cada vez hay más anuncios, no se puede ver nada», protesta mentalmente, recordando la discusión sobre lo mismo que tuvo con Borry el otro día. Borry defiende que, ya que la sociedad ha acabado volcada con internet y todo el mundo pasa la
21 mayor parte de su tiempo navegando por la red, es completamente normal que el nivel de anuncios haya aumentado. Hace muchos años, cuando aún existían la televisión y la radio, los anuncios estaban más repartidos, pero con la concentración del entretenimiento solo hay ya una fuente donde anunciarse: internet. Camilla, sin embargo, sigue encontrando absurdo tener que tragarse un anuncio entero de cualquier cosa antes de ver cada vídeo. Pero no deja de hacerlo, ni se pasa a las nuevas webs alternativas que prometen reducir el número de anuncios. Así que, en parte, podría decirse que está en el grupo de los culpables. Esa había sido la conclusión de Borry, que ella no era capaz de rebatir. Cuando por fin el anuncio del nuevo cepillo de dientes sónico acaba (sin darle ninguna gana de comprar el maldito cepillo), puede ver el vídeo de Di-di-di, una especie de héroe enmascarado (cómico) que se dedica a hacer experimentos sociales en su misma ciudad. Esta vez ha elegido una cafetería como objetivo, y se dedica a «salvar» a la gente de los edulcorantes… quitándoselos de las manos de una manera bastante graciosa. Se le escapan
22 varias sonrisas, seguidas de algunas risitas, al ver las caras de la gente cuando se encuentran a aquel personaje, al que muchos aún no conocen. Le encantaría tener la valentía de hacer ese tipo de cosas. No exactamente el molestar a las personas ni tirarles el edulcorante, pero sí poder contar con ese desparpajo que tiene la gente de internet de hacer lo que se les ocurre cuando les da la gana. Su vida le parece muy monótona algunas veces. A la izquierda, en el panel de sugerencias, hay un vídeo de Emi-dee. Es de su última actuación, la que estaban viendo sus padres hace un rato. Sus ojos vagan lentamente entre el vídeo que está reproduciéndose y aquella sugerencia, que la llama como si se tratara de una tableta de chocolate que no debería comerse. Al final, y maldiciéndose a sí misma, desliza el dedo por su muslo hasta que el cursor se para encima de la miniatura del vídeo, y lo selecciona. Otro anuncio. Camilla farfulla y casi le dan ganas de cerrar el navegador, pero lo que ve se lo impide. «¿Te quieres?», reza el anuncio, con fondo negro y letras blancas. Camilla siente como si se paralizara por completo.
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