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16 Y al decirlo bajó la vista, compungido, a un gran roto de la tela gastada. El padre de Gunther estaba sin trabajo, y en su casa no tenían dinero para comprar ropa nueva. —No te preocupes, Heimpi te lo arregla —dijo Anna—. ¿Me dejáis ver la insignia? Era una chapa pequeña de esmalte rojo, con una cruz negra con los brazos doblados. —Se llama una esvástica —dijo Gunther—. Todos los nazis las tienen. —¿Qué vais a hacer con ella? Max y Gunther se miraron. —¿Tú la quieres? —preguntó Max. Gunther negó con la cabeza. —Se supone que no debo tratarme con los nazis. Mi madre tiene miedo de que me partan la cabeza. —No pelean limpio —asintió Max—. Usan palos, piedras y de todo. Dio la vuelta a la insignia, con repugnancia creciente: —Pues yo desde luego no la quiero. —¡Tírala por el váter! —dijo Gunther. Y así lo hicieron. La primera vez que tiraron de la cadena no se fue para abajo, pero a la segunda,

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