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11 Anna estaba a punto de decirle que quería comprar unos lápices de colores cuando fraulein Lambeck la descubrió. —¡Si es Anna! —exclamó fraulein Lambeck—. ¿Cómo estás, Anna? ¿Y cómo está tu papá? ¡Qué hombre tan maravilloso! Yo leo todo lo que escribe. Tengo todos sus libros y siempre le oigo por la radio. Pero esta semana no ha escrito nada en el periódico..., espero que no sea porque esté enfermo. Estará dando conferencias por ahí fuera. ¡Ay, nos hace mucha falta en estos tiempos terribles! Anna esperó a que fraulein Lambeck acabase, y luego dijo: —Tiene la gripe. Eso dio lugar a otro alboroto. Cualquiera habría pensado que la persona más próxima y querida de fraulein Lambeck se hallaba a las puertas de la muerte. Fraulein Lambeck sacudió la cabeza hasta que sus pendientes repiquetearon, sugirió remedios, recomendó médicos: no dejó de hablar hasta que Anna le hubo prometido que le transmitiría a su padre sus mejores deseos de pronta curación. Luego, ya desde la puerta, se volvió y dijo:

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