Heme aquí, yo guardé madera en el muelle. Vosotros no sabéis qué es guardar madera en el muelle: pero yo he visto llover a cántaros sobre los botes, y guarecerse bajo los tablones el salario de la angustia: bajo los pinos de Flandes y los melis, bajo los cedros sagrados. Cuando los carabineros acechaban en la noche y la bóveda del cielo era un túnel sin luz en los vagones, hice un fuego de estrellas en las fauces del lobo. Vosotros no sabéis qué es guardar madera en el muelle: pero todas las manos de todos los granujas como una farándula se juramentaban al abrigo de mi fuego: y era casi un milagro que calentaba las manos ateridas; y los pasos se perdían en la niebla. Vosotros no sabéis qué es guardar madera en el muelle. Ni sabéis la oración de las farolas de los barcos –que son de tantos colores como la mar al sol: que no precisa velas. Joan Salvat-Papasseit, «Nocturno para acordeón»
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