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Los calcetines del ogro Maria Carme Roca Ilustraciones de Eva Sans

Para Arnau Campassol i Fornaguera, para que consiga todos sus sueños.

9 Matías era un ogro que vivía en el bosque y, como todos los ogros, olía muy mal. Sobre todo, le apestaban los pies, ya que los tenía muy grandes. Pero, a diferencia de otros ogros gigantes, era pequeño y rechoncho. Tampoco daba nada de miedo porque era muy amable. No le gustaba secuestrar princesas y mucho menos devorar niños. Quizá penséis que no era un ogro como es debido, y puede que tengáis razón, pero el caso es que Matías era un ogro tranquilo y alegre que coleccionaba calcetines.

10 Los tenía de todo tipo y de todos los colores, para cada cosa y para cada ocasión. Calcetines para bailar, calcetines para pasear. Calcetines para dormir, calcetines para presumir. De color marrón tenía un montón, y de color rojo, un buen manojo. Con los de color naranja iba a comprar a la granja y con los de color lila nunca se perdía. Ah, y una vez al mes, se los ponía del revés. Como tenía los pies tan enormes, le lucían mucho. Y, como era muy friolero, los llevaba todo el año, de lana bien tupida en invierno y de hilo bien fresquito en verano. Cada mañana, nada más levantarse, pensaba: «Vamos a ver qué calcetines me voy a poner…».

13 Iba a la cómoda donde los guardaba, abría los cajones y antes de escogerlos los miraba satisfecho. —Hoy, que es un día festivo, me los pondré de un color bien vivo. Y se puso unos fluorescentes que se distinguían a lo lejos. Como cada día después de desayunar, aunque lloviese, nevase o soplase mucho viento, salió a pasear por el bosque. Por si tenéis alguna duda... No, Matías no se duchaba, que eso del agua no es cosa buena para los ogros. Tan solo se quitaba las legañas y hacía gárgaras después de tirarse unos cuantos pedos para poder andar más ligero. En cambio, sí que hacía la colada. Y es que a Matías le gustaba llevar los calcetines limpios como los chorros del oro.

De todos modos, como el tufo del ogro era tan fuerte, ninguno de sus calcetines perdía su aroma por más que los lavase. Los de color amarillo siempre olían a sobaquillo y los de color morado a pescado pasado. Y a Matías le parecía bien que fuera así.

Mientras paseaba, como era un ogro educado, saludaba a todo aquel que se encontraba. —¡Buenos días tenga usted, señora Jabalí! —¡Que pase un buen día, señor Brujo! —¡Hasta la vista, señora Mofeta!

La mayoría de sus vecinos, especialmente aquellos que vivían más cerca de su casa, también eran apestosos. Así, les resultaba más fácil soportarse los unos a los otros. En el caso de la señora Jabalí y de la señora Mofeta, ser malolientes era propio de su naturaleza, como la del ogro, claro está. Pero el caso del señor Brujo era especial, porque no todos los brujos son pestilentes. Aquel sí lo era, y mucho. En cuestión de fetidez, el Brujo los ganaba sin duda alguna. Matías estaba contento con sus vecinos. Y sus vecinos también estaban contentos con él. Eso sí, todos pensaban que Matías tenía muchas manías. Hacía un par de semanas que el ogro estaba preocupado. De golpe y porrazo, sin motivo aparente, Matías perdía calcetines, ¡sus queridos calcetines!

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