9 las historias que se inventaba. La profesora ponía cara de resignación y pedía a Quin que dejase para el recreo el relato del ovni. Marco y Álex eran sus mejores amigos, sabían escuchar, lo apreciaban y lo respetaban. Ellos sí viajaban fuera algunas semanas del verano y nunca olvidaban enviar una postal a Quin desde el lugar de vacaciones. Luego, él les pedía que le contasen alguna historia de la ciudad que habían visitado, para engrosar su colección de relatos de aquí y de allá, y que guardaba junto a las postales. En cuanto acababa el curso, Quin pasaba horas en la heladería. No debía atender al público, no tenía los años necesarios para trabajar, pero sí atraía a la clientela y, sobre todo, a los chavales de su edad, a quienes prometía un helado gratis por cada diez. A su padre no le pareció mal la estrategia de venta, o quizá lo admitió por no seguir oyendo a Quin justificar lo acertado de la idea. —Venga, haz lo que quieras —acabó aceptando el señor López. Al chico le encantaba hablar con los clientes, y muchos volvían porque les hacía gracia el desparpajo de aquel charlatán.
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