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11 —¿Te he contado alguna vez la leyenda del castillo de Villamar? —soltaba para cambiar de conversación. Álex se reía por dentro, en Villamar nunca había habido un castillo. Era el más serio del grupo, sonreía poco y hablaba menos. Su madre decía que era inteligente y que tenía un gran mundo interior. Debía de ser verdad porque Álex sacaba muy buenas notas, aunque siempre le decían que tenía que participar más en clase. Era el compañero de pupitre ideal para no ser molestado y por eso solían sentarlo al lado de Quin, que no paraba de hablarle aunque Álex jamás le contestara. Sin embargo, sentar a Quin con Marco suponía siempre un desastre. El primero hablaba, el segundo respondía y, si les llamaban la atención, acababan peleados porque Marco le echaba la culpa al otro, que era quien empezaba las conversaciones. —¡Ya me la he cargado por tu culpa! —protestaba. Marco era buen chico, pero bastante quejica y protestón, nunca estaba conforme. Si quedaban en el bosque de los Tilos, él prefería ir a la playa, y viceversa. Para colmo, no le gustaban los helados.

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