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ARTURO PADILLA EXTRAÑOS EN UN AEROPUERTO

AMARILLO. Definición: se dice de la persona que es especial en tu vida. Los amarillos están entre los amigos y los amores. No hace falta verlos a menudo ni mantener el contacto. La manera de relacionarse con ellos es mediante el cariño, la caricia y el abrazo. Consigue privilegios que antes solo tenía la pareja. Albert Espinosa, EL MUNDO AMARILLO

Los seleccionados

11 Mireia Mireia lanzó el móvil en el capazo de playa y se tumbó boca abajo. Clara también le había dicho que no. Aunque no eran tan amigas, ella se había convertido en su última esperanza para planear un viaje durante esas vacaciones. Ya no tenía a quién acudir. Sería su primer verano sola. De no ser por la gente que la rodeaba, se hubiera desahogado llorando, pero ya habían llegado a la playa los primeros turistas de la mañana. Se dio un cabezazo contra la toalla. ¡Y pensar que un año atrás Marc y ella estaban mirando vuelos para este verano! Les había hecho gracia Cuba y ambos habían ahorrado lo suficiente como para darse el capricho. Se suponía que este debía ser el mejor verano de su vida: veinte años y quince días en el Caribe con su novio. ¿Quién le iba a decir que su vida daría un vuelco tan grande? O encontraba una distracción o se volvería loca. Se incorporó y se sentó en la toalla, contemplando la fina línea del horizonte que separaba dos mundos azules. El mar era una de las pocas cosas que la relajaban; por

12 eso iba cada mañana a la playa nada más levantarse, lo necesitaba como si fuera una droga. Otra más. Cerró los ojos escuchando el rumor de las olas. Se imaginó ese mismo rumor en la playa de Varadero, en Cuba, dando un sorbo al vaso de piña colada y apoyándose en el hombro de Marc. Esbozó una sonrisa amarga. Sus propias fantasías la destrozaban. Sabía que no tenía que hacerlo, que no tenía que recrearse en lo que podría haber pasado, que lo único que conseguía era hacerse más daño, pero, paradójicamente, pensar en él conseguía aliviarle el dolor. Se puso en pie y se sacudió la arena que se le había quedado incrustada en la piel. Era la hora de desayunar. Se puso el vestido que había guardado en la bolsa y empezó a caminar hacia el paseo marítimo con las sandalias en la mano. Atrás dejaba la playa de Bogatell, cada vez más llena de turistas y vendedores ambulantes de cervezas, pareos y todo lo que se te pudiera ocurrir. Era lo que tenía vivir en una ciudad tan turística como Barcelona. La carretera por donde solía cruzar estaba cortada por obras y un hombre con casco y chaleco amarillo le señaló el siguiente paso de cebra, en dirección a la torre Mapfre y el hotel Arts, los dos rascacielos de la costa. La silueta de las torres gemelas le provocó un escalofrío. A pesar de todo, se descubrió caminando en aquella dirección como si un poderoso imán la atrajera hacia las

13 torres. Ignoró el siguiente paso de cebra mientras aceleraba el ritmo. Sabía que se estaba haciendo daño y, con todo, necesitaba regresar al lugar donde su vida cambió por completo hacía siete meses, tres semanas y dos días. Las personas que deambulaban por el paseo marítimo le entorpecían el paso, confabuladas para impedirle avanzar. ¿Por qué iban tan lentas? Se detuvo en seco enfrente de la torre del hotel Arts. Una convulsión le traqueteó las vértebras de la columna mientras contemplaba las letras del Gran Casino de la planta baja, las mismas letras que había visto bañadas de luces naranjas y azules esa noche. Ahora, todo transcurría con normalidad: una hilera de taxis esperando en el margen de la carretera, un autocar descargando una horda de turistas en la acera, un goteo interminable de personas yendo y viniendo por el paseo… Como si no hubiera ocurrido nada. Se coló entre dos taxis aparcados y empezó a cruzar la carretera, recorriendo los mismos pasos que había dado siete meses atrás. Avanzó lentamente hasta quedarse en medio de la calzada. Donde ocurrió todo. Las piernas le temblaban como un flan. Se agachó y acarició el pavimento rugoso y caliente del asfalto. Ya no quedaba ni rastro de la enorme mancha roja. Empezó acariciando el suelo con sutileza, pero acabó arañándolo con ferocidad. No le importaba resquebrajarse el borde de las uñas, necesitaba descargar su furia contra aquel asfalto insaciable de sangre. Percibía el temblor del

14 pavimento, inquieto, revolviéndose porque ella le clavaba sus uñas con saña. Miró arriba. Los dos rascacielos se tambaleaban, contagiándose del dolor que ella sentía. Ojalá se derrumbaran en ese preciso instante y la sepultaran bajo una capa de escombros y cenizas. Una bocina le perforó los tímpanos. Un autocar se acercaba con la determinación de arrollarla. Se levantó de un salto y retrocedió varios pasos. Cuando el autocar pasó delante de ella, la corriente le abofeteó la cara. Ella solo deseaba desvanecerse en ese aire, desaparecer. Estaba plantada en medio de la acera, desubicada, perdida. No había sido buena idea regresar al punto cero, debía marcharse cuanto antes. Echó a andar hacia el centro, hacia la cafetería donde solía desayunar todas las mañanas. Al girar la esquina, el Primo la esperaba apoyado contra la pared y con la cabeza cubierta con una gorra. En el encontronazo, el chico dejó caer una bolsita en el capazo de mimbre mientras ella le daba la mano y le deslizaba un billete de cincuenta. Como cada lunes, la operación fue rápida. Mientras él desaparecía doblando la esquina, ella siguió caminando hacia la cafetería con la cabeza gacha. —¡Hola! ¡Buenos días! Se detuvo en seco para no darse de bruces con esa chica. ¿Quién era? ¿Acaso había visto la operación? La chica le ofreció una sonrisa impecable. Debía de tener unos

15 treinta años y vestía muy elegante, con tacones, falda y camisa. A su lado, otro chico joven con camisa también le sonreía sosteniendo un iPad en la mano. Estaban parados justo enfrente de su cafetería. —Hola —saludó Mireia con recelo. —¿Tienes un minuto? —¿Qué queréis? —Mira, seré breve. Somos una agencia de viajes nueva y solo te queremos informar de que estamos sorteando un viaje a Nueva York para cuatro personas a finales de agosto. Si quieres participar, únicamente tienes que rellenar un sencillo cuestionario. Mireia relajó los músculos del cuerpo. Al menos, parecía que la pareja no había visto el intercambio. En ese momento, no le apetecía hablar con nadie. Tenía muchos sentimientos a flor de piel y lo único que deseaba era encerrarse en su habitación y llorar una vez más, pero algo de lo que había dicho esa chica le había despertado el interés. —¿Has dicho un viaje para cuatro personas? ¿Te refieres a cuatro personas que no se conozcan? —Exacto. Las cuatro personas que ganen el sorteo. Os ofrecemos un viaje de diez días con todo incluido. —Somos una agencia de viajes por internet y acabamos de empezar —añadió el chico del iPad—. Y esta es la manera de promocionarnos; preferimos regalar un viaje antes que gastar dinero en publicidad. Un viaje con tres desconocidos a Nueva York. Mireia no paraba de darle vueltas a la misma idea. En otro

16 momento de su vida quizás ni se lo hubiera planteado, pero, tal como estaban las cosas, tampoco tenía nada que perder; es más, le podría venir bien para distraerse ese fatídico verano. Era justo lo que necesitaba. —¿Y dónde está el cuestionario que tengo que rellenar?

17 Arantxa —¿Está todo bien? —preguntó Arantxa entregando el iPad a la chica. Ella cogió el dispositivo y repasó sus datos personales junto con el chico guaperas. Mientras tanto, una voz femenina anunciaba por megafonía las últimas rebajas del centro comercial. Arantxa resopló, había escuchado veinte mil veces la misma grabación. Quería largarse de allí y perder de vista el supermercado donde se había pasado ocho horas encarcelada, pero esa parejita la había interceptado en la salida, tras la línea de cajas, y la había engatusado con la historia del sorteo. —Sí, está todo bien —concluyó la chica con una sonrisa—. Muchas gracias. —Sobre todo, no quiero que me enviéis spam, ¡eh! Estoy harta de decíroslo y cada día me encuentro con un montón de basura en la bandeja de entrada. —Bueno, de nosotros seguro que no será —intervino el guaperas. —Bueno, hablo en general, ya me entiendes.

18 —No te preocupes, Arantxa —la tranquilizó la chica mona—. Como no has marcado la casilla para recibir correo comercial, no te llegará nada. Y, si ganas el sorteo, te llamaremos directamente al móvil que nos has facilitado. —¡A ver si me dais una alegría! Si veis que no cojo la llamada, insistid más tarde, ¿vale? Estos días voy de culo con los horarios de caja y cada día hago un turno diferente. Porque..., más o menos, ¿cuándo tenéis pensado llamar? El chico y la chica se miraron con un atisbo de duda. —Seguramente a lo largo de esta semana —contestó el guaperas sin concretar más—. Os avisaremos con tiempo para que os planifiquéis los días de vacaciones. La mirada de Arantxa se perdió en dirección a la línea de cajas del supermercado donde sus compañeros trabajaban como esclavos, pasando artículos por el lector de barras, preguntando a los clientes si querían bolsas y anunciándoles el precio total de la compra. Ojalá tuviera suerte con el sorteo. Si le tocaba el viaje, no pensaba pedirse días de vacaciones: se plantaría delante de la encargada, le lanzaría el uniforme arrebujado y le diría que no contara con ella para el día siguiente. Tal cual. No le preocupaba quedarse sin trabajo, ya encontraría otro cuando regresara de Nueva York. —¿Tienes alguna otra pregunta? Arantxa volvió a la realidad. —Perdona, ¿cómo decías que se llamaba vuestra agencia? —Viajes Orquídea.

19 —Vale, ya os buscaré. Me has dicho que sois una agencia nueva y todo ese rollo de la promoción, ¿verdad? Me cuesta creer que regaléis un viaje por la cara con todos los gastos pagados. —Arantxa se cruzó de brazos—. Esto no será una estafa, ¿verdad? —Cuando te toque el viaje nos lo cuentas —bromeó el chico. —Pues, si me toca, te llevo conmigo. —El guaperas se ruborizó. —Nosotros solo somos comerciales, no participamos en el sorteo. —¡Si era broma! —le soltó dándole una palmadita en el hombro—. Además, yo tengo pareja. Pasaban las seis de la tarde cuando cruzó el umbral de la puerta. Jose estaba arrellanado en el sofá del comedor con el mando de la Play entre las manos. En la mesita de delante había dejado un plato con los bordes de una pizza, un hule lleno de migajas, una servilleta grasienta y un par de latas de cerveza vacías. —¡Hola, churri! —la saludó el novio sin apartar la mirada de la tele—. Sí que has salido tarde hoy… —Jose, tío, no me digas que no has sido capaz ni de recoger la comida. Tras acercarse a la mesa grande del comedor, Arantxa dejó caer el bolso con fuerza. Esta vez, el novio le dirigió la mirada. —¡Ah, sí!, iba a hacerlo justo ahora. —¿O estabas esperando a que lo recogiera tu abuela?

20 —¡Qué va! Si ya se ha acostado… El chico pausó el videojuego, limpió las migas del hule con la servilleta y se llevó el plato y las latas a la cocina. Cuando salió, hizo el amago de darle un beso en los labios, pero ella le apartó la cara. —¿Qué te pasa? Arantxa resopló. No tenía ganas de montar otro numerito, pero le hervía la sangre. ¿Es que no se daba cuenta? —Jose, lo de siempre, que parezco tu madre. —Perdona, me he despistado —se disculpó con cara de perro pachón. Arantxa se dirigió al sofá y se desplomó sobre él como un peso muerto. El cansancio, la impotencia y la rabia centrifugaban en su estómago. —Estoy harta, Jose —reconoció después de un largo suspiro—. Con tu depresión y tus milongas, te pasas los días aquí metido, en casa de tu abuela, y encima ella te lo hace todo. Me da rabia, ¡qué quieres que te diga!, porque tú no haces ni el huevo. Y yo, mientras tanto, trabajando más horas que un reloj. Y, claro, quien invita siempre soy yo. ¡No es justo! Jose se quedó paralizado en medio del comedor como una bala encasquillada. Ese comentario había sido un golpe bajo; él ya se culpaba lo suficiente por no encontrar trabajo como para que ella se lo restregara por la cara, pero seguía sin levantar cabeza desde que lo echaron del taller. —Te prometo que mañana me pongo a buscar.

21 —Siempre me dices lo mismo, llevas dos meses con el mismo cuento, Jose. Quiero hechos, no palabras. El chico agachó la cabeza. Arantxa, para evitar otra discusión, cogió el mando de la tele y desvió la atención al canal de televisión que le apareció. Ya estaba cansada de compadecerlo. ¿Y quién pensaba en ella? A sus diecinueve años parecía que tenía cien. El chico caminó lentamente hacia ella y se sentó a su lado en el sofá, aunque dejó una distancia prudencial entre ambos. Arantxa ladeó la cara mientras se mordía una uña. El silencio construyó un muro entre ambos que los aislaba en sus respectivos mundos. Jose fue acercando la mano hacia su pierna, pero Arantxa intuyó sus intenciones y le apartó la mano antes de que le rozara el pantalón. —Hoy he participado en un sorteo —dijo mientras se ponía en pie y cogía el bolso de la mesa del comedor—. Unos comerciales me han explicado que abrían una agencia de viajes nueva y estaban sorteando un viaje de diez días a Nueva York con todo pagado. Y he pensado que, si me toca, me voy. —¿Y el trabajo? Ya no te quedan días de vacaciones. —Dejaría el trabajo sin pensármelo. Jose carraspeó. Con un leve temblor de labios, lo acabó soltando: —¿Y qué pasa conmigo?

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