21 —Siempre me dices lo mismo, llevas dos meses con el mismo cuento, Jose. Quiero hechos, no palabras. El chico agachó la cabeza. Arantxa, para evitar otra discusión, cogió el mando de la tele y desvió la atención al canal de televisión que le apareció. Ya estaba cansada de compadecerlo. ¿Y quién pensaba en ella? A sus diecinueve años parecía que tenía cien. El chico caminó lentamente hacia ella y se sentó a su lado en el sofá, aunque dejó una distancia prudencial entre ambos. Arantxa ladeó la cara mientras se mordía una uña. El silencio construyó un muro entre ambos que los aislaba en sus respectivos mundos. Jose fue acercando la mano hacia su pierna, pero Arantxa intuyó sus intenciones y le apartó la mano antes de que le rozara el pantalón. —Hoy he participado en un sorteo —dijo mientras se ponía en pie y cogía el bolso de la mesa del comedor—. Unos comerciales me han explicado que abrían una agencia de viajes nueva y estaban sorteando un viaje de diez días a Nueva York con todo pagado. Y he pensado que, si me toca, me voy. —¿Y el trabajo? Ya no te quedan días de vacaciones. —Dejaría el trabajo sin pensármelo. Jose carraspeó. Con un leve temblor de labios, lo acabó soltando: —¿Y qué pasa conmigo?
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