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12 eso iba cada mañana a la playa nada más levantarse, lo necesitaba como si fuera una droga. Otra más. Cerró los ojos escuchando el rumor de las olas. Se imaginó ese mismo rumor en la playa de Varadero, en Cuba, dando un sorbo al vaso de piña colada y apoyándose en el hombro de Marc. Esbozó una sonrisa amarga. Sus propias fantasías la destrozaban. Sabía que no tenía que hacerlo, que no tenía que recrearse en lo que podría haber pasado, que lo único que conseguía era hacerse más daño, pero, paradójicamente, pensar en él conseguía aliviarle el dolor. Se puso en pie y se sacudió la arena que se le había quedado incrustada en la piel. Era la hora de desayunar. Se puso el vestido que había guardado en la bolsa y empezó a caminar hacia el paseo marítimo con las sandalias en la mano. Atrás dejaba la playa de Bogatell, cada vez más llena de turistas y vendedores ambulantes de cervezas, pareos y todo lo que se te pudiera ocurrir. Era lo que tenía vivir en una ciudad tan turística como Barcelona. La carretera por donde solía cruzar estaba cortada por obras y un hombre con casco y chaleco amarillo le señaló el siguiente paso de cebra, en dirección a la torre Mapfre y el hotel Arts, los dos rascacielos de la costa. La silueta de las torres gemelas le provocó un escalofrío. A pesar de todo, se descubrió caminando en aquella dirección como si un poderoso imán la atrajera hacia las

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