13 torres. Ignoró el siguiente paso de cebra mientras aceleraba el ritmo. Sabía que se estaba haciendo daño y, con todo, necesitaba regresar al lugar donde su vida cambió por completo hacía siete meses, tres semanas y dos días. Las personas que deambulaban por el paseo marítimo le entorpecían el paso, confabuladas para impedirle avanzar. ¿Por qué iban tan lentas? Se detuvo en seco enfrente de la torre del hotel Arts. Una convulsión le traqueteó las vértebras de la columna mientras contemplaba las letras del Gran Casino de la planta baja, las mismas letras que había visto bañadas de luces naranjas y azules esa noche. Ahora, todo transcurría con normalidad: una hilera de taxis esperando en el margen de la carretera, un autocar descargando una horda de turistas en la acera, un goteo interminable de personas yendo y viniendo por el paseo… Como si no hubiera ocurrido nada. Se coló entre dos taxis aparcados y empezó a cruzar la carretera, recorriendo los mismos pasos que había dado siete meses atrás. Avanzó lentamente hasta quedarse en medio de la calzada. Donde ocurrió todo. Las piernas le temblaban como un flan. Se agachó y acarició el pavimento rugoso y caliente del asfalto. Ya no quedaba ni rastro de la enorme mancha roja. Empezó acariciando el suelo con sutileza, pero acabó arañándolo con ferocidad. No le importaba resquebrajarse el borde de las uñas, necesitaba descargar su furia contra aquel asfalto insaciable de sangre. Percibía el temblor del
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