9 1 —Cuando oigas la tormenta, sal de casa. Cruza el puente, camina hasta que dejes de ver las luces de la aldea. Después granizará. No corras, no busques cobijo. Debes quedarte quieto, con los brazos abiertos, como un espantapájaros. Eso le había dicho Plinia. Plinia era su única amiga, y el joven Bobo obedeció. La lluvia había empezado por la noche. Bobo se encontraba en el establo, donde dormía habitualmente. Los caballos habían sentido de lejos la tormenta y llevaban horas muy inquietos, así que Bobo no pudo pegar ojo. Cuando el cielo descargó el primer trueno, estaba totalmente despierto. Se levantó del jergón y sacudió las pajas de su ropa (el chaquetón enorme, los pantalones demasiado cortos). Luego se despidió de los dos caballos besándolos justo en mitad de los ojos y abrió el portón.
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