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15 La anciana se detuvo frente a la cancela que separaba su jardín del camino y dijo, sin bajar la voz, como si fuera la cosa más normal del mundo: —Porque soy un hada, querido. —¿Cómo vas a ser un hada? Plinia se encogió de hombros. —Y las hadas viajamos a lugares lejanos para aprender unas de otras: nuevas hierbas que sanan, nuevas maneras de huir... En aldeas pequeñas como estas se nos confunde con las brujas y se nos quiere poco. —Yo te quiero, Plinia —susurró Bobo. —Lo sé, tesoro. Plinia miró las estrellas durante un rato largo. Luego habló: —Regresa ahora al cobertizo y duerme bien. Mañana, cuando vengas a visitarme, tal vez haya salido de viaje. Así que déjame que te abrace ahora, chicarrón. Bobo no recordaba que nadie le hubiera abrazado antes. Sintió en el pecho un calor desconocido y hermoso. —A pesar de esta barba espesa que luces, eres tan joven… ¿Cuántos años tienes?

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