Y OTROS MITOS URBANOS PANDORA WILSON Daniel Hernández Chambers Llanos Campos Martínez Juan Ramón Biedma Carlos Salem Beatriz Giménez de Ory Rafael Salmerón Pedro Ramos Jorge Corrales Ledicia Costas Ilustrado por El Marqués * *
Índice de relatos Pandora Wilson 11 Asterión 35 Mendigos por los tejados 55 La odisea de Odisea 89 Llámame K 119 Eco y Narciso 137 Cuando las calles no tienen nombre. 169 Fuego 189 Pasando frío en los brazos de Hades 211
9 Prólogo Hay historias tan antiguas que quedan reducidas a jirones en la memoria de algunas personas, se convierten en recuerdos inciertos, o peor, en leyendas. Y la mayoría de la gente tiende a creer que las leyendas son cuentos de viejos, invenciones, relatos para antes de dormir o para extraer de ellos un aprendizaje, una moraleja. Soy Hera. No me conocéis, pocos lo hacen ya. Soy un jirón de niebla, incluso mi esposo lo es. Él, Zeus, nada menos que Zeus. Hoy nos tachan de antiguos, de poco más que notas a pie de página… No comprenden que seguimos aquí, continuamos vigentes. No somos historias viejas. ¿No me creéis? Pasad la página y comprobadlo por vosotros mismos.
PANDORA WILSON Daniel Hernández Chambers
IDENTIDAD ATRIBUTOS OBJETO Primera mujer, creada por indicación de Zeus. Sabiduría, elocuencia, belleza, curiosidad… Pithos, recipiente que encierra todos los males de la humanidad. PANDORA
IDENTIDAD Agente comercial de éxito en una multinacional. Persuasión, culpabilidad, responsabilidad, protección… Dos maletines y un teléfono. No se separa de ellos. ATRIBUTOS OBJETO PANDORA WILSON
Pandora Wilson 15 Noviembre de 2019 Su aspecto no era el típico de una mujer de negocios de su relevancia. Solo el maletín de cuero negro que llevaba en la mano izquierda desvelaba su estatus; en la derecha portaba otro muy diferente, forrado en tela descolorida, y a la espalda una mochila que, junto con las prendas de ropa cómoda que había elegido para el vuelo, le confería un cierto aire juvenil que en aquel momento distaba de acompañar su estado de ánimo. Llevaba tres semanas fuera de casa, veinticuatro días en total, y le faltaban unas cuantas más para regresar. Aquel era el vuelo número… No, no tenía la cabeza para contar cuántos había realizado en ese tiempo, entre internacionales y locales. Madrid-Londres, LondresÁmsterdam, Ámsterdam-Dubái, Dubái-Calcuta…, luego había pasado por Bangalore, Bangkok, Nom Pen…, Singapur… ¿Solo habían sido tres semanas?
Daniel Hernández Chambers 16 Mientras abandonaba la sala de recogida de equipajes, donde únicamente había tenido que esperar por su mochila, pues los maletines los llevaba siempre consigo, pensó si acaso era posible que el tiempo se hubiera trastocado de alguna forma, que aquellas tres semanas que indicaba el calendario fueran en realidad años. O siglos. Sí, quizás llevara siglos vagando por el mundo, de un lugar a otro, de paso siempre, sin quedarse nunca lo suficiente para echar raíces. De pronto se detuvo en seco. ¿Dónde estaba? Cantón. Se burló de sí misma por el olvido momentáneo. Cantón era la primera de tres ciudades chinas que debía visitar. En el taxi de camino al hotel Sheraton, con el maletín de cuero a su lado en el asiento y el de tela entre los pies, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. El sueño era una de las cosas que ya no disfrutaba, intentaba aprovechar los trayectos en avión, pero el descanso le era esquivo. Apagaba el portátil, pero su cerebro no se relajaba ni un segundo. No disponía de un botón para fundir su mente a negro. Había perdido el sueño, había perdido a Richard, había perdido su juventud y estaba en proceso de perder a Will. A última hora le había pedido que la acom-
Pandora Wilson 17 pañase, convertirían el viaje de negocios en unas vacaciones por toda Asia, sacaría tiempo de donde pudiera para hacer un poco de turismo. En respuesta, su hijo Will le había suplicado que lo cancelase, que dijese a sus superiores que enviaran a alguna otra persona, ¿por qué tenía que hacerlo ella? Siempre ella. Era imposible. Tenía que ser ella. Sus jefes se lo dejaron claro desde el principio. Los chinos y los japoneses así lo exigían. Siempre los negocios por encima de todo, mamá, siempre haces lo mismo. Siempre estás en reuniones, siempre al teléfono… Por eso ya no te quiere, ¿no? A veces los hijos pueden ser crueles. Pero su crueldad es una súplica, una petición de auxilio. Bienvenida de nuevo a Cantón, señora Wilson. El recepcionista era pequeño, un hombrecillo de edad indefinida, pelo negro como el alquitrán y unos ojos viejos que, a diferencia de sus labios, no sonreían. Le hemos preparado la misma habitación de sus últimas visitas. Gracias. Desde la habitación se veía la colorida Torre del Cantón, con sus seiscientos metros de altura, y el edificio de la Ópera, al otro lado del río. Por las noches era un espectáculo.
Daniel Hernández Chambers 18 Necesitaré un taxi a primera hora. Oh, nos dejaron un mensaje para usted. La recogerán en el hall a las 8:30, señora Wilson. Ella asintió, cogió la tarjeta llave que el hombrecillo le tendía y se dirigió a los ascensores. Dejó el maletín de cuero sobre la mesa, el otro junto a la cama y la mochila a los pies de esta. Ocupó los siguientes minutos en colocar su ropa en el armario y comprobar qué prendas requerían un planchado. A continuación se dio una ducha, puso al máximo el agua caliente, hasta que casi hervía y le quemaba la piel. El cuarto de baño se llenó enseguida de vapor, empañando el espejo y la mampara, luego cerró el grifo, pero permaneció allí, de pie, dejando que el agua resbalase por su piel desnuda y se perdiera por el sumidero. Durante unos segundos imaginó el recorrido del agua jabonosa, desde los veinte pisos de altura en que se encontraba hasta el subsuelo, para llegar después al río, que la llevaría consigo a mar abierto, kilómetros más abajo. Envuelta en el albornoz se sentó a la mesa y abrió el maletín, no sin antes echar un vistazo al otro, junto a la cama. No se había movido. Sacó los documentos. Si todo iba como estaba previsto, se firmarían tras la reunión de la mañana.
Pandora Wilson 19 Tantas reuniones, tantos contratos, tantos detalles que pulir incluso a última hora. El esqueleto del acuerdo era el mismo, daba igual la empresa, el país, la lengua a la que se había traducido el inglés original, pero los pormenores variaban, la oferta económica también, así como los permisos que sus superiores le habían concedido para que la transacción no se rompiera justo antes de la rúbrica. Lo único que le exigían era no salir de ninguna de aquellas reuniones sin el acuerdo firmado. Te han pedido a ti, así que todo está en tus manos. Todo está en tus manos. Ella no había solicitado ejercer semejante responsabilidad, pero tampoco la asustaba. Una vez Richard le había dicho que aceptar tantas responsabilidades en la empresa era su forma de huir de las otras que la vida le había ido poniendo en el camino. Quizás sí, quizás estuviera huyendo. Quizás siempre lo había hecho. Pero ¿cómo escapar si llevaba consigo el motivo que le hacía querer marcharse? Sus ojos abandonaron el texto del acuerdo y buscaron más allá de los cristales el delta del río. ¿Acaso no era el río, ese y cualquier otro, una metáfora de su vida? ¿No huía el agua desde las alturas
Daniel Hernández Chambers 20 de las montañas hacia el mar, dando tumbos en su recorrido, girando y girando sobre sí misma, retrocediendo y precipitándose al vacío en ocasiones? ¿Encontraría ella su mar? ¿Su salvación? Miró el maletín viejo, con su funda de tela descolorida que ocultaba la madera de que estaba hecho. No había más salvación que mantenerlo consigo, cerrado. Comprobó la hora. Las siete de diferencia entre Cantón y España significaban que Will acabaría de salir de clase en su instituto de Madrid. Pero llamarlo era inútil, no contestaría. Hacía una semana que no respondía a sus llamadas, y ella estaba convencida de que la última vez lo había hecho por error, lo había notado en su voz, en su desgana. A partir de ahí se vio obligada a dejar mensajes en su buzón, a los que el chico contestaba horas más tarde por WhatsApp con un simple ok. No podía culparlo por sentirse más a gusto con Richard. Él, Richard, siempre estaba de buen humor, siempre tenía un chiste a mano para romper el hielo o deshacer la tensión; padre e hijo siempre habían jugado juntos mientras ella vivía pegada al móvil. Abrió la aplicación de mensajería y escribió:
Pandora Wilson 21 En otros tiempos, cuando Will la acompañaba a alguno de sus viajes, de pequeño, se quedaba maravillado con el bufet que servían en los hoteles de lujo donde la empresa la enviaba. Desde entonces, un juego entre ambos consistía en que ella enviaba fotos de los manjares a su disposición. Al principio Will contestaba con exclamaciones, emoticonos de sorpresa o algún GIF de Homer Simpson babeando hambriento ante un escaparate de rosquillas. Hacía ya tiempo que no daba señales de haber visto las fotos. Hoy toca Cantón. Acabo de llegar al hotel. Te gustaría. La ciudad, y el hotel también. Desde mi ventana se ve una torre gigantesca, tiene 600 metros de altura! Imagina cómo se verá todo desde ahí arriba. Si estuvieras aquí subiríamos juntos. Yo no pienso hacerlo sola, sabes que tengo vértigo, pero subiría contigo (Te enviaré una foto del bufet del desayuno) Te quiero, cariño
Daniel Hernández Chambers 22 Pensándolo bien, tal vez fuera el único juego que había existido entre los dos. Y ni siquiera se le podía llamar así. Meditó la posibilidad de llamar a Richard. Padre e hijo podrían estar juntos en aquel momento. Puede que Richard hubiera sugerido una sesión de cine, o pedir pizza a domicilio. Dejó el móvil en la mesita de noche, apagó la luz y se metió en la cama. Tenía hambre, pero ya se desquitaría en el desayuno. Había tiempo suficiente antes de que la recogieran. Se colocó de lado, abrazó una de las almohadas y deslizó su mano derecha por el borde del colchón hasta tocar el asa del viejo maletín. El tacto la tranquilizó, y poco a poco cerró los ojos y se obligó a dormirse. Los dígitos luminosos del reloj del horno le indicaron que se le había hecho tarde: ya hacía seis minutos que había terminado el entrenamiento de Will. Imaginó a su hijo en la puerta del polideportivo, despidiéndose de sus compañeros y viendo cómo se iba quedando solo sin que ella llegara para recogerlo. Cogió las llaves del coche de la encimera y corrió al garaje, abrió la puerta con el mando a distancia y arrancó
Pandora Wilson 23 el motor para salir a toda prisa, mientras pensaba en una excusa creíble. Justo a mitad de camino cayó en la cuenta de que con las prisas había olvidado el maletín y el terror más puro que jamás había sentido le hizo pisar el pedal del freno a fondo, de forma que el coche se detuvo casi en seco con un chirrido y los vehículos que iban detrás de ella en el mismo carril tuvieron que hacer lo mismo. Fue el estruendo de cláxones lo que la despertó en la cama del hotel Sheraton en Cantón. Estaba empapada de un sudor frío y tenía la certeza de haber gritado justo antes de recuperar la conciencia. Ningún conductor enfurecido pitaba en mitad de la carretera. Su mano derecha palpó el colchón hasta alcanzar el borde y continuó hacia abajo. El maletín no estaba. Se incorporó de un salto y se asomó para comprobarlo con sus propios ojos. La claridad que penetraba por la ventana le permitió ver la almohada y el maletín caídos sobre la alfombra. Había debido moverse en sueños y tirar la almohada, que había arrastrado en su caída el maletín. Lo colocó de pie, y luego, pensándolo mejor, lo subió a la cama y lo abrazó como hiciera antes con la almohada.
Daniel Hernández Chambers 24 ¿Pandora Wilson? Quien lo preguntaba, con una sonrisa de cordialidad ensayada, era un treintañero de evidentes rasgos asiáticos, aunque suavizados por algún porcentaje de sangre europea. Pandora llevaba un traje de tres piezas, gris oscuro. Con un maletín en cada mano siguió a aquel joven al coche que aguardaba con el motor encendido frente a la entrada del edificio. El señor Chang tiene un par de ideas que le gustaría debatir antes de la firma. Por supuesto. Siempre surgían ideas justo antes de firmar. Todo el mundo intentaba rascar una porción mayor de beneficio. Pandora sonrió, la misma sonrisa cordial y entrenada que le dirigían a ella. ¿Cuándo fue la última ocasión en la que sonrió de verdad, con ganas? Cuatro horas más tarde había incorporado la idea del señor Chang al acuerdo, sin necesidad de consultarlo, pues entraba dentro de los poderes que le habían conferido sus superiores, y estaba de vuelta en el hotel con los documentos firmados. El siguiente vuelo era por la mañana, de modo que tenía la tarde libre para pasear por la ciudad. Solo que
Pandora Wilson 25 no lo haría, ya había estado en Cantón anteriormente y había visto todo lo que consideraba que merecía la pena verse. Se recluiría en la habitación, aunque sabía que no era buena idea. Encerrada consigo misma venían los remordimientos. Se sabía culpable de la marcha de Richard y de la mala relación con Will. Intentar convencerse de que no era la única responsable no servía de gran cosa. Y no era por ellos dos: Richard había aguantado hasta más allá de lo indecible, y Will era un adolescente que de pronto había visto cómo sus padres se separaban y su madre siempre estaba de viaje de negocios, como si nada le importase, como si tuviera miedo de quedarse quieta. ¿Era eso? ¿La asustaba quedarse en un mismo lugar, echar raíces? ¿Pertenecía acaso a alguna antigua estirpe de nómadas? No. O sí. Sí había algo de eso. Sus antepasados no eran nómadas, pero en cierto modo todo tenía que ver con ellos. Es hora de que tomes el relevo. La voz de su madre brotó de la oscuridad. ¿Qué quieres decir? ¿El relevo de qué?
Daniel Hernández Chambers 26 La siguió al sótano, cerrado con llave. Hacía años que ella no bajaba allí, así que le sorprendió ver lo ordenado y limpio que estaba todo, casi como un segundo cuarto de estar. Sin decir una palabra, su madre empujó una cómoda y dejó a la vista una pequeña puerta en la pared, una trampilla protegida mediante un grueso cerrojo. Lo abrió y deslizó a un lado la puertecilla. Dentro había un segundo cerrojo, este de combinación de cuatro dígitos. ¿Una caja fuerte, mamá? Llámalo como quieras. Detrás del segundo cerrojo había un hueco rectangular, y en él lo que parecía una maleta de madera, antigua, con un asa para facilitar su transporte. ¿Qué guardas ahí dentro? Lo que hay dentro no es mío. ¿De papá? Tampoco. Fueron otros los que lo pusieron en esta caja, yo solo la guardo. Lo que importa, lo que a ti te afecta, es que nuestra obligación es custodiar esta maleta y no abrirla. Tu abuela estuvo a cargo de ella antes de pasármela a mí, y antes que ella lo hizo su madre. Las mujeres de nuestra familia siempre la han guardado. Sin abrirla. Desde que hay memoria, desde el principio de todo.
Pandora Wilson 27 A ver, mamá, ¿de qué estás hablando? Su madre tiró del asa para sacar la maleta y depositarla en el suelo. Te toca a ti. Es tu turno. Desde hoy serás tú quien la guarde. ¿Por qué? Ya te lo he dicho. Lo llevamos haciendo durante generaciones. Esta maleta es más vieja de lo que puedas imaginar. Vale, pero ¿qué hay dentro? ¿Reliquias familiares? No. ¿Entonces? No te lo vas a creer. Es probable que no, pero lo que te aseguro es que no pienso llevarme esa maleta conmigo sin saber qué contiene. Cógela, verás que no pesa nada. Podría decirte que está vacía. Pero no lo está. No, no lo está. En realidad está llena. Ya está bien de misterios y tonterías, mamá. Su madre asintió y se lo contó todo. No podía entregarle la maleta sin aclarar cuál era su contenido. Era necesario que estuviera al corriente, que supiera lo que había en juego. No la abras, pase lo que pase. Insistió tras la explicación.
Daniel Hernández Chambers 28 Pandora comprendió al fin que su madre estaba convencida de lo que decía; ella, en cambio, no estaba segura de que fuera cierto. Se persuadió de ello con el tiempo. Al principio no abrió la maleta por una especie de lealtad filial, luego fue el miedo lo que le impidió comprobar qué había en su interior. Un miedo atávico, arraigado en lo más hondo de su ser, absurdo e incomprensible. En varias ocasiones, en momentos de desesperación, se había sentido tentada de acabar con la duda, un par de veces incluso sus dedos habían jugueteado con el cierre… Ni su madre ni su abuela vivían ya, y ella no había tenido ninguna hija, solo a Will. La tradición, le había explicado su madre, era pasar la maleta de madre a hija, y si no había hijas tocaba encontrar a una sustituta adecuada. Pandora Wilson llevaba años buscando a la candidata ideal. Años deseando deshacerse de aquella maldita maleta. Abandonó el Sheraton a primera hora, tras una nueva serie de mensajes a Will sin obtener respuesta. En el taxi se preguntó si aquella era su recompensa, si el rechazo de su hijo y el abandono de su marido
Pandora Wilson 29 eran el injusto pago por cargar con todos los males del mundo. Sonaba ridículo. Todos los males del mundo en una vieja maleta. Como si fuera posible tal cosa. A diferencia de su madre, que había vivido recluida en casa para no separarse de la maleta escondida en el sótano, ella había elegido ir de un lado a otro, de una estación de tren a la siguiente, de un aeropuerto a otro, de un país a otro país y a otro y a otro, como si alguien la estuviera persiguiendo. Y en esa huida lo había ido perdiendo todo. Menos el maletín y su trabajo. Casi mil kilómetros al norte, aterrizó en el Aeropuerto Internacional de Wuhan Tianhe. Esta vez la esperaba un comité de bienvenida. ¿Pandora Wilson? Tres hombres y una mujer. Fue el de mayor edad quien le salió al paso con una sonrisa cortés, anclada en la comisura de sus labios. Los otros dos se ofrecieron a ayudarla con el escaso equipaje, pero ella rechazó con amabilidad primero y luego con firmeza. El señor Wong insiste en que acepte usted alojarse en su casa. Tengo una reserva en el…
Daniel Hernández Chambers 30 Lo sabemos, señora Wilson, pero al señor Wong le gusta cerrar los acuerdos en una cena informal en su hogar. Pandora sonrió, ocultando su incomodidad. Sería feo por mi parte decir que no a su generosidad. Excelente. La sonrisa se amplió hasta límites insospechados. Una limusina blanca llevó a la comitiva al corazón de Wuhan. El señor Wong parecía un anciano milenario cuyo cuerpo había menguado, pero mantenía una llama prendida en las pupilas. Ya se conocían, y había sido Wong uno de los que más había insistido en que fuera Pandora y no ninguna otra persona quien viajara para sellar los acuerdos. Tras él aguardaban un par de criados, un hombre y una mujer. De nuevo la intención de ocuparse de su equipaje, de nuevo el rechazo educado de Pandora. Xiang la guiará a su habitación, señora Wilson. Gracias. Cuando usted esté lista, la espero en el salón. Muy amable, señor Wong. Solo me gustaría asearme un poco y estaré con usted. Por supuesto, por supuesto. La criada condujo a Pandora a través de unas puertas correderas y por un pasillo hasta unas escaleras de
Pandora Wilson 31 caoba que subían a una segunda planta. La habitación que habían preparado para ella era más grande que la suite que ocupara unas horas antes en el Sheraton, pero habría preferido el anonimato de un hotel cualquiera. Xiang solo sonreía. Pandora dejó los maletines pegados a la cama y la mochila encima. En su escaso chino mandarín informó a la criada de que podía retirarse y que ella iba a asearse. Xiang siguió sonriendo. El agua del grifo apenas tardó en calentarse. Se restregó la cara y se frotó la nuca para deshacer la tensión. Para intentarlo, al menos. La tensión siempre se le acumulaba allí, en las cervicales y también detrás de los ojos. La firma de Wong era importante para su empresa. Quizá una de las más deseadas por sus superiores. La habrían disculpado si volvía sin los acuerdos de Bangalore o Bangkok, pero no sin la rúbrica de Wong. En principio estaba todo bien encaminado, pero aquel anciano era caprichoso. No pensaba hacerle esperar, el mínimo detalle sería tenido en cuenta. Tres minutos en el aseo, ni un segundo más. Se cambiaría de ropa y se reuniría con su anfitrión.
Daniel Hernández Chambers Volvió a la habitación. Xiang continuaba allí. La sonrisa no. La había cambiado por una mueca de incomprensión. Con aliento contenido, Pandora miró hacia la cama. La criada había vaciado la mochila y colocado las prendas de ropa en distintas baldas del armario. El maletín de cuero permanecía donde su dueña lo había dejado. El de tela estaba abierto. Xiang contemplaba su aparente vacío interior. Presa de un escalofrío, Pandora avanzó para asomarse. No había nada allí. ¿Lo había habido alguna vez? Alargó el brazo y cerró la maleta. Ya solo quedaba la esperanza de que todo fuera falso, de que aquella caja de madera reconvertida en maleta nunca hubiera contenido nada. 32
Pandora Wilson 33 El 31 de diciembre de 2019, China comunicó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) la detección de una enfermedad desconocida que afecta al sistema respiratorio. El 11 de enero murió el primer paciente en China. Era un hombre de 61 años de edad. El 13 de enero se descubrió el primer caso fuera de China. Era una mujer en Tailandia. Aunque en un principio se pensó que se trataba de una epidemia regional que solo afectaba a China y a sus alrededores, posteriormente traspasó las fronteras de Asia, extendiéndose por todo el mundo y colapsando las economías de los países y la vida social en general. El 21 de enero se detectó el primer caso en Estados Unidos. El 23 de enero se paralizó todo el tráfico en Wuhan y se implementaron las primeras cuarentenas. El 24 de enero se detectó el primer caso en Europa. Dos individuos procedentes de China y un familiar suyo fueron diagnosticados con el virus en Francia. El 30 de enero, la OMS decretó el estado de emergencia.
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