Daniel Hernández Chambers 22 Pensándolo bien, tal vez fuera el único juego que había existido entre los dos. Y ni siquiera se le podía llamar así. Meditó la posibilidad de llamar a Richard. Padre e hijo podrían estar juntos en aquel momento. Puede que Richard hubiera sugerido una sesión de cine, o pedir pizza a domicilio. Dejó el móvil en la mesita de noche, apagó la luz y se metió en la cama. Tenía hambre, pero ya se desquitaría en el desayuno. Había tiempo suficiente antes de que la recogieran. Se colocó de lado, abrazó una de las almohadas y deslizó su mano derecha por el borde del colchón hasta tocar el asa del viejo maletín. El tacto la tranquilizó, y poco a poco cerró los ojos y se obligó a dormirse. Los dígitos luminosos del reloj del horno le indicaron que se le había hecho tarde: ya hacía seis minutos que había terminado el entrenamiento de Will. Imaginó a su hijo en la puerta del polideportivo, despidiéndose de sus compañeros y viendo cómo se iba quedando solo sin que ella llegara para recogerlo. Cogió las llaves del coche de la encimera y corrió al garaje, abrió la puerta con el mando a distancia y arrancó
RkJQdWJsaXNoZXIy