Pandora Wilson 23 el motor para salir a toda prisa, mientras pensaba en una excusa creíble. Justo a mitad de camino cayó en la cuenta de que con las prisas había olvidado el maletín y el terror más puro que jamás había sentido le hizo pisar el pedal del freno a fondo, de forma que el coche se detuvo casi en seco con un chirrido y los vehículos que iban detrás de ella en el mismo carril tuvieron que hacer lo mismo. Fue el estruendo de cláxones lo que la despertó en la cama del hotel Sheraton en Cantón. Estaba empapada de un sudor frío y tenía la certeza de haber gritado justo antes de recuperar la conciencia. Ningún conductor enfurecido pitaba en mitad de la carretera. Su mano derecha palpó el colchón hasta alcanzar el borde y continuó hacia abajo. El maletín no estaba. Se incorporó de un salto y se asomó para comprobarlo con sus propios ojos. La claridad que penetraba por la ventana le permitió ver la almohada y el maletín caídos sobre la alfombra. Había debido moverse en sueños y tirar la almohada, que había arrastrado en su caída el maletín. Lo colocó de pie, y luego, pensándolo mejor, lo subió a la cama y lo abrazó como hiciera antes con la almohada.
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